Del pecado de ira a la redención.
Desde "Carrozas de fuego", las películas sobre atletas que se autosuperan y ganan carreras no han traído demasiadas novedades. De hecho, esta "McFarland" se parece bastante a una especie de versión extendida de la reciente opera prima de Angelina Jolie, "Inquebrantable" sobre un delincuente juvenil italoamericano que termina ganando una medalla en las Olimpíadas de Berlin en 1936 antes de ir a la guerra y ser capturado por los japoneses.
Tal vez la diferencia que aporta "McFarland", si bien no es demasiado grande, es que el protagonista no es un corredor sino el entrenador. Kevin Costner tiene una debilidad por películas con elementos deportivos como "El campo de los sueños" o la reciente "Decisión final", de Ivan Reitman, que sólo conocimos en DVD.
Aquí Costner compone a un hombre que, por sus problemas de ira, ha perdido varios trabajos y termina en una escuela del pueblito californiano al que se refiere el título, donde básicamente se enfrenta a unos jóvenes chicanos de clase baja que, por la dureza de sus vidas diarias, tal vez estén en mejores condiciones para convertirse en atletas que cualquier otro chico de colegio.
La directora neocelandesa Niki Caro cuenta bien esta historia real que pone el énfasis en el choque cultural entre este hombre blanco (que para colmo se apellida White, lo que da lugar a una serie de chistes) y esos adolescentes de ascendencia mexicana no especialmente interesados en lo que el protagonista les propone. Claro, eso sólo en un principio, si no no habría película.
Bien filmada, y razonablemente amena, aunque muy poco imaginativa a cualquier nivel, "McFarland" se deja ver, pero puede funcionar mejor en la pantalla chica.