Había un banco que tenía el eslogan “un nombre es lo más importante que uno puede tener” y es cierto, aunque si llevamos esa idea a las películas o a los libros es más discutible: ¿cuánta importancia puede tener un título? Las mejores películas tienen títulos más o menos genéricos, descriptivos. Quizás sea porque un título singular ya predispone en cierta forma.
Eso pasa con Me casé con un boludo, título que sin dudas ha dado que hablar y que yo -antes de ver la película- defendí con pasión. La palabra “boludo” es extraordinaria, polisémica y musical; “Me casé con un boludo” es un octosílabo perfecto; si ese boludo es Adrián Suar, nada podía salir mal.
Pero el título tiene demasiada fuerza y se clava como una estaca en el primer punto de giro de la película, ese que está en el trailer (Valeria Bertucelli gritando entre llantos “¡Me casé con un boludo!”) y hace que toda la película gire en torno a ese momento, se vea absorbida por él.
El argumento es interesante. Adrián Suar es un actor famoso y egocéntrico que está filmando una película con una actriz debutante e inexperta que es Valeria Bertucelli. Ella sale, a su vez, con el director de la película (Gerardo Romano), que la maltrata. Se enamoran y se casan un poco apresuradamente. En la vida cotidiana, ya lejos de las luces de los flashes de las revistas del corazón, Bertucelli descubre que Suar es un boludo.
La película es una comedia romántica bien clásica, de formulita. Pero como pasa con las películas de fórmula, tienen que estar construidas sobre cimientos fuertes. Más allá de varias escenas de humor muy logradas (Suar me parece un extraordinario actor de comedia y a Bertucelli ya no hace falta elogiarla), conceptualmente lo que ocurre es bastante confuso. Sabemos que Suar es un boludo desde el principio, no sabemos por qué ella se enamora de él, tampoco sabemos por qué él se enamora de ella ni tampoco en qué momento él deja de ser tan boludo.
Los tres actos de la película, como es lógico, están bien diferenciados. El primero (previo al “me casé con un boludo”) es entretenido pero un poco empalidecido porque ya conocemos de qué va el primer punto de giro. El segundo acto es el que venimos esperando desde que conocimos el título de la película y es el más prolijo, por decirlo de alguna manera. Y el tercero desbarranca definitivamente: como sucede cuando una película no está bien construida, esto adquiere notoriedad en la resolución.
Así, el intento por hacer reir pasa más por cameos disparatados que por gags del guión (están Vicentico y Griselda Siciliani, parejas en la vida real de Bertucelli y de Suar), o por muecas de Bertucelli que por más buena actriz que sea necesita -como todas- una materia prima decente sobre la que pararse. Sin adelantar demasiado qué es lo que pasa, el golpe de timón del último punto de giro es tan arbitrario y tan obviamente destinado al lucimiento de la actriz, que me hizo rezongar. Sobre todo porque Juan Taratuto y Pablo Solarz (director y guionista) no son ningunos improvisados y tienen resto para hacer mejores cosas.
En definitiva, Me casé con un boludo es una comedia que no debería ser desechada con displicencia como hacen con pereza los que no ven el talento de Suar ni la gracia de ese título. Pero lo cierto es que Taratuto y Solarz no pudieron, esta vez, construir una historia a la altura del material con el que contaron.