Los límites del artificio
Cuando en 2004 Juan Taratuto estrenó “No sos vos, soy yo”, se puso a la cabeza de una movida que podríamos calificar de “tercera vía” (eso sonó muy peronista; los sandinistas hablarían de “vía tercerista”). Por un lado estaba el cine “profundo” encarnado en ese momento por el “nuevo cine argentino” que sería parodiado por “UPA! Una Película Argentina” (Santiago Giralt, Camila Toker y Tamae Garateguy, 2006), con su reverso en el cine lumpen postnoventista acaudillado por “Pizza, birra, faso” (Bruno Stagnaro e Israel Adrián Caetano, 1998). En otro extremo, el concepto de “cine comercial” estaba muy asociado a una tradición de comedia más o menos berreta, descendiente del linaje de Hugo Moser y los hermanos Sofovich.
En ese contexto, Taratuto escribió junto a su esposa Cecilia Dopazo un guión para una comedia romántica al estilo hollywoodense: en “No sos vos, soy yo”, si el espectador entrecierra los ojos, puede ver a Diego Peretti como Ben Stiller y a la propia Dopazo como una Jennifer Aniston.
Por su parte, Adrián Suar venía trabajando desde hacía diez años con su productora Pol-Ka para renovar los contenidos televisivos, en un terreno que anduvo entre la serie romática-aventurera y la tira costumbrista, dando un salto de calidad en los contenidos audiovisuales de su tiempo. “En esa época Adrián estaba muy conectado con el sentir popular”, dijo hace poco Dady Brieva. Al mismo tiempo, siempre se permitió la autoparodia: desde su pertenencia a la generación de “Pelito” y “La banda del Golden Rocket”, sus siempre criticadas dotes actorales, y el hecho de que aquel chico judío, petiso y chueco de Villa Crespo podía convertirse ante las cámaras en un ladrón convertido en agente de la DEA, en un policía aguerrido, el padre del niño que revelará el verdadero nombre de Dios o un director de seguridad privada.
Hace casi ocho años, “Un novio para mi mujer” reunió a Taratuto y Suar detrás de cámaras, y a este último con Valeria Bertucelli en la dupla protagónica, y la química explotó, entre la picardía de él y los recursos interpretativos de ella: un logro que se reflejó en la taquilla.
Apariencias
“Me casé con un boludo” es el hijo de todo lo antedicho. Por un lado, reflotar un equipo ganador de protagonistas, director y guionista (Pablo Solarz); por otro, mantener alta la bandera de la comedia romántica clásica; y por el otro, que el toque “localista” esté dado en un contexto de autoparodia del propio Suar y “el medio” artístico argentino.
Como el actor que lo interpreta, Fabián Brando es una celebridad desde los seis años, se pasó la vida entre sets y no conoce otra vida, y tiene un nombre artístico que arrastra desde siempre. Se creyó que era (Marlon) Brando, y se pasa la vida contando improbables anécdotas con celebridades de Hollywood. Todos lo consideran un gran intérprete y un soltero codiciado, pero básicamente es un careta que se pasa la vida construyendo su personaje público.
Rodando “Tres días, tres meses” (el título parece un chiste a lo “UPA!”) conoce a Florencia Córmik, que está ahí de coprotagonista medio porque es la novia del director José Leika, el primero en considerarla pésima. Él sale a defenderla, medio en personaje de héroe, y a ella se le mueve algo. Después a él también, cosa rara: que ella que es transparente se enamore no llama la atención, pero el rey del chamuyo se enamora en serio. Y después se casan, y ella descubre que se casó con un boludo, y él la escucha decirlo. Ahí vendrá el nudo de la historia, donde Fabián trata de no perderla de la única manera que sabe: con más actuación y careteada.
Luces y sombras
La cinta tiene sus altos y sus bajos. Gana cuando se ríe del mundo de los técnicos de cine y de los actores (los “pobres” trabajan en el Cervantes, o manejan sus propias salitas), de los divismos, del gusto por la plata y la figuración; y en el juego especular donde él es el gran actor y ella la mala, cuando la experiencia nos dice lo contrario.
Pero Taratuto explota eso, haciendo que el “Chueco” (queda bien decirle “Chueco” en “el medio”) exagere su repertorio de mohínes para construir a Fabián, una macchietta caminante. Y Bertucelli aprovecha sus buenas herramientas de comediante para darle combustible a los diálogos (de lo mejor del guión) y en sintonizar con su partenaire (es muy buena para eso: ella en 2004 estaba en “Extraño” de Santiago Loza, y también podía extraer una química única con un Julio Chávez en plan maestro zen).
¿Cuáles son los puntos flacos? Que el “costumbrista barrial” Suar termina produciendo una película un poco “de teléfonos blancos”, como se decía antaño en el cine argentino: entre mansiones, fiestas, sets y clínicas privadas que parecen la UCA de Puerto Madero. Y el condimento local lo aportan los “famosos” locales: “la gente del medio”, que incluye a los respectivos cónyuges de los protagonistas y artistas que trabajan usualmente para Pol-Ka o El Trece, los feudos artísticos del “Chueco”. Es habitual que figuras como Larry King aparezcan en cintas de política, o que Jimmy Lennon Jr. sea el announcer en filmes de box; pero acá tenemos a... Ángel de Brito.
Otra cosa que no suma es la presencia de Norman Briski, un gran actor que acá interpreta a Groisman, el histórico representante de Brando: inexplicablemente narcoléptico y vestido con piloto de detective de la serie negra, su presencia es forzada.
Compañeros
El resto del elenco acompaña: Gerardo Romano como el irascible Leika, el abandonado, que también explota la capacidad del actor a la hora de enojarse y decir groserías (algo que le nace espontáneamente). Marcelo Subiotto hace lo suyo como el guionista de “Tres días, tres meses”, que tendrá que ayudar a Fabián en su alocado plan, y Alan Sabbagh (“El rey del Once”) compone a un gracioso comparsa en la farsa.
María Alché (alguna vez una “niña santa”) y la celebrada Analía Couceyro están entre las amigas de Florencia, y Marina Bellati compone una hermana campesina y antisistema, a la que le falta un poquito de intensidad (o también es medio forzada, habría que evaluarlo). El comediante Sebastián Presta también tiene sus cameos como el compañero de Playstation de la estrella, “otro boludo importante”, como dirían en el barrio.
En definitiva, una fórmula justa como para ser el fenómeno de taquilla que es. Y una advertencia de que todos actuamos un poco al menos, y que para saber cuándo termina la ficción sólo es necesario abrir el plano.