Como si desconfiara de sus propios méritos
De a poco, Adrián Suar se ha convertido en lo más parecido que hay en el cine argentino a un comediante estrella. Si hubiera que compararlo con los paradigmas del omnipresente cine estadounidense, se diría que uno tirando a clásico, para nada en la línea descontrolada de la Nueva Comedia Americana. Lejos de las altisonancias de Ben Stiller, Adam Sandler o Seth Rogen y mucho más todavía del híper histrionismo de Jim Carrey o Jack Black, lo de Suar está más ligado al humor de situaciones, a los enredos de alcoba o la comedia romántica vintage, pero con un enfoque aggiornado, adaptado a las costumbres locales. Su último trabajo es todo eso. Me casé con un boludo, tal el poco ortodoxo título de la película, representa además una nueva colaboración con el equipo de Un novio para mi mujer, uno de sus trabajos más exitosos, incluyendo a Valeria Bertuccelli, Juan Taratuto y Pablo Solarz, coprotagonista, director y guionista por orden de aparición.Más allá de las coincidencias generales, Me casé con un boludo es, de sus películas, la que menos apunta a la carcajada, al gag con remate, sino que se concentra más en la construcción del vínculo entre su pareja protagónica. Por eso llama la atención el efectismo del título, que remite a un tipo de humor que no es, en líneas generales, el que utiliza la película en su desarrollo. La sinopsis es sencilla: Fabián Brando es una estrella de cine que comienza a filmar una película cuya coprotagonista es una actriz con poca experiencia. La pareja comienza un romance inesperado y, un poco apurados por Fabián, acaban casándose enseguida. No pasará mucho tiempo para que ella se arrepienta, convencida de que no se enamoró del hombre sino del personaje que el actor interpretaba en la película que rodaron juntos.Como la mayoría de los films de Suar, Me casé con un boludo está construido sobre una estructura de guión clásica, con los tres actos, los puntos de quiebre y de giro, el clímax y todas esas cosas perfectamente marcadas. El largo primer acto, en el que se desarrolla el vínculo inicial de la pareja, está más preocupado por crear el clima que por causar gracia. La comedia en el sentido más estricto, aunque siempre dentro de un tono moderado, abarca gran parte del segundo acto. Ahí, cuando Fabián trata de actuar como lo haría el personaje del cual se enamoró su mujer, para reconquistarla, se concentra lo más atractivo del film.Pero llegando al final hay un extraño cambio en el tono del humor y, sobre todo, en la actuación de Bertuccelli. Sin mayores avisos, la historia entra en una fase de humor físico recargado (morisquetas de manual incluidas), que de algún modo resquebraja el verosímil que se venía construyendo con paciencia. Aunque se trata de apenas un par de se secuencias, esa irrupción/interrupción fuera de registro que marca el comienzo del desenlace resulta un poco tirada de los pelos y hasta puede incomodar al espectador que venía disfrutando de una historia de amor bien contada. Justo antes de eso, la película se demora en un par de escenas en las que, a partir de una serie de cameos de figuritas famosas de la televisión, se entrega al juego torpe de enhebrar una sucesión de chistes demasiado internos y elementales. En ese momento la película abandona el cine para ponerse a dialogar con la industria del chimento, otra intrusión inoportuna, y lo hace sin necesidad, como si desconfiara de sus propios méritos. Porque más allá de estos dos momentos y de su título, que parecen recortados y pegados de lo peor del costumbrismo local, Me casé con un boludo representa un aporte válido al amplio abanico del cine argentino.