Cae en su trampa
Con altos y bajos, descansa demasiado en diálogos y enredos que le restan claridad.
Quizá sea porque esperamos más y más de Alejandro Agresti que la manera de mirar su obra es siempre exigente. Excesivamente exigente. El responsable no es otro que él mismo, artesano de obras exitosas en filmes diversos, como Valentín o El acto en cuestión, contador de historias personalísimas más allá del género. Es por eso que Mecánica popular, su último trabajo, tiene de antemano la vara bien alta. Y Agresti asume ese riesgo sin titubeos, para desanudar una trama encerrada, muy hablada, que por momentos se vuelve tan claustrofóbica como algunos de sus personajes.
Ya volveremos sobre el punto, pero en principio notamos que el filme cae en su propia trampa, una trampa retórica que se contrapone con una idea central de la película. Si lo popular seduce, derrota, a un forzado mundo intelectualizado, a los protagonistas de ese mundo que sucumben frente a la evidencia de una vida menos enroscada, el filme es pura evidencia de esa falta de practicidad.
Agresti cuenta una historia sencilla, que se dispara en devaneos varios. Transcurre en una noche, en una editorial, y está, como dijimos, muy atada a los diálogos. Mario Zavadikner (Awada) es un editor de libros desencantado. Va a suicidarse. Está lo suficientemente borracho y decidido para hacerlo. Pero entra en escena Silvia Beltrán (Glezer), una joven escritora que lo amenaza con matarse si él no lee su novela. Todo ocurre en tiempo real, con algunos flashbacks que amplían el contexto, ambientado en los años setenta.
Y se superponen varios temas a ese central de la relación que comienzan el editor y la escritora. El mundillo interno de una editorial, los mandatos del mercado, los criterios y los prejuicios, las respuestas de manual y, por supuesto, lo popular siempre subestimado. Punto que es encarnado por el sereno de la editorial (Contreras), que sube y baja a las oficinas con los puños cargados de verdades, y esa famosa revista Mecánica popular, que es pura seducción y comprensión para estos intelectuales caídos en desgracia.
Agresti, que armó un buen elenco a la altura de su pretensiones (Diego Peretti y Romina Ricci se suman a los nombrados), es un enemigo declarado del minimalismo. Fiel a su instinto, otra vez redobla la apuesta, y sabemos, ese no siempre es un punto a favor.