Relato de mi enojo con el mundo.
Es evidente que en Mecánica Popular, su última película, aquel director premiado y festivalero que conocimos gracias a títulos como Buenos Aires Viceversa (1996), la divertidísima El Viento se Llevó lo que (1998) y Valentín (2002); o por su ópera prima de 1984 El Hombre que Ganó la Razón, une dramas y cuestionamientos existencialistas en un contexto temporal bien delimitado, sin duda un rasgo distintivo de la mayoría de sus obras.
El tema en cuestión aquí es que al editor Mario Zavadikner (Alejandro Awada) el desencanto con el modernismo y las nuevas tendencias en lo social e intelectual, incluso en lo artístico, lo abruman. A punto de quitarse la vida en su despacho, conoce a Silvia (Marina Glezer), una joven escritora que amenaza con hacer lo mismo si su novela no es leída al menos una vez por él.
Un planteo más que atrapante para un film que luego hace agua por varios frentes. La película de Alejandro Agresti tiene momentos hermosos e inteligentes, pero en ocasiones se enrosca tanto en sí misma y está tan sobreactuada por (vaya la ironía) actores de primera línea, que perdemos el foco de lo que se quiere contar. Estamos ante la presencia de una parafernalia verbal tan innecesaria como salvaje, que lo único que logra es que el planteo pierda toda verosimilitud, gracia y coherencia.
Si Agresti en todo caso quiso llevar a cabo una puesta más teatral, se puede justificar tranquilamente debido a los diálogos sobrecargados de palabras, conceptos y exagerada gestualidad. Pero la realidad es otra: las personas no hablan así, ni siquiera los más grandes referentes intelectuales y culturales. Esa clase de discurso ya quedó obsoleta, por lo menos en el cine.
Por su parte, las apariciones de Romina Ricci (en la piel de la ex esposa de Zavadikner, quien a su vez tiene un parecido perturbador con la joven que acaba de entrar en la vida del editor) y de Diego Peretti son una de las mejores decisiones. Ricci realiza todo un monólogo de la época de la última dictadura militar, dejando mal parado además a su ex marido por otras cuestiones más “personales”; y Peretti juega una suerte de compañero y conciencia del protagonista, éste último elemento el más pintoresco de su personaje. No hay que pasar por alto a Patricio Contreras representando al portero del edificio que se llena la boca con palabras y frases intelectuales, un personaje totalmente fuera de la realidad.
En resumen, Mecánica Popular peca de ser demasiado ambiciosa, no en su planteo (lo vacío de aparentar, el carisma del “snob”, el verso del porteño, etc.), sino en su modo de presentarlo. Parecería más bien una película clasicista inspirada por un estilo “woodyallenesco”, aunque cabe destacar el coraje de Agresti de hacer algo diferente y arriesgado. Pero el riesgo también tiene su precio, y en este caso el resultado es una película fallida en su afán de representar justamente lo que tanto nos molesta de ella.