Conmovedora pintura de un pueblo sin país por la paleta de un talentoso realizador
Contrastando con la monumentalidad técnica de “Avatar”, se contrapuso en la misma semana la muy modesta “Media luna”. La primera, elaborada sobre la base de un equipo técnico cuyo número supera las 1.500 personas (entre ellas 980 vinculadas a los efectos especiales visuales, 14 directores de arte, 40 integrando el departamento de sonido), como apoyo al trabajo de una treintena de personajes (de los cuales el espectador retiene a cuatro o cinco) y una buena cantidad ignota de dobles y acróbatas, todo al servicio de una historia remanida y previsible; la segunda, con no más de una treintena de técnicos como soporte a una veintena de intérpretes (identificables por los personajes que encarnan), para una narración que sin ser totalmente original presenta aristas distintas en el tratamiento de la realidad cotidiana en una región de nuestro planeta. La primera, estructurada sobre el clásico esqueleto que caracteriza a los mega espectáculos fílmicos generados por la poderosa industria estadounidense; la segunda, una pequeña producción de una cinematografía cuasi incipiente.
Ambas tienen sus méritos artístico, “Avatar” por la deslumbrante tecnología (ver crítica en esta página); “Media luna” por sus valores cinematográficos y contenido conceptual. La primera recaudará millones entre nosotros; la segunda una decena de miles, en el mejor de los casos. La primera, quedará como un tanque que pasa; la segunda un ford a bigote que seguramente ira a integrar la cinemateca privada de algún cinéfilo o cineclub.
“Media luna” narra la historia de Mamo, un anciano y famoso músico kurdo, que lleva esperando 35 años por un permiso que le permita al fin volver a dar un concierto en el Kurdistán iraquí. Cuando llega el ansiado momento le pide a Kako, su mejor amigo, que conduce un ómnibus escolar devencijado, que lo lleve a él y a sus diez hijos músicos que viven en distintos pueblos iraníes. Comienza un largo y accidentado viaje, no exento de peripecias y magia, desoyendo una premonición terrible que ha de cumplirse antes de la siguiente luna llena. Mamo está convencido que para su concierto es necesaria una voz celestial de mujer, la de Hesho, quien se exilió en un pueblo de montaña iraní con otras 1333 mujeres a las que ya no se les permite cantar. Cabe recordar que en Irán las mujeres tienen prohibido cantar delante de los hombres, prohibición que no amedrenta a Mamo. La disparatada troupe parte en busca de Hesho, pero Hesho lleva ya demasiado tiempo sin cantar y ha perdido confianza en el poder de su voz. Además, deberá viajar a Irak escondida en un doble fondo de micro, debido a los rigorosos controles policiales existentes a lo largo del camino. La búsqueda no se detiene para encontrar finalmente a la bella Niwemang, dueña de una bella voz y presencia angelical que completará el grupo.
Guionista-realizador refleja en esta obra a un pueblo sin país, fracturado históricamente por conflictos políticos entre tres países y pequeñas regiones de otros dos, reflejando su difícil existencia sustentada en su espíritu, su cultura, sus creencias y su filosofía de vida. Lo hace mediante un viaje, entre pintoresco y mágico, en el cual resume la lucha de esa comunidad por sobrevivir en un marco muy adverso, que, más allá de la situación que enfrenta, preserva en sueños y aspiraciones conservando su idiosincrasia, incluido su humor, sin ocultar el drama que hay detrás de el.
Entre documento e imaginería narra una historia creíble, bien articulada, expuesta en el contexto estético del neorrealismo, animada por personajes francos y simpáticos encarnados por no profesionales, pues según afirma Bahman Ghobadi “en Kurdistán no tenemos actores porque allí el cine es un arte nuevo, pero aunque tenga actores no profesionales trabajo con ellos como si lo fueran y los dirijo de tal forma que puedan entrar en el personaje.” Aunque se trata de un arte nuevo, la calidad técnica denota un nivel muy atendible.
En suma, se trata de una producción pequeña que merece ser vista, como ya nos sucediera cundo se estrenaron entre nosotros los dos largometraje anteriores de éste director kurdo iraní: “El tiempo de los caballos borrachos” (1999) y “Las tortugas también vuelan” (2004).