ENTRE LOS MUROS DEL ORIGINAL
Lo mejor es enemigo de lo bueno
Partamos de la base de que hacer un largometraje utilizando exactamente la misma trama de un cortometraje previo habla de muchas cosas. Y por sobre todas las cosas, de un error conceptual: creer que lo único que hace diferente a un cortometraje de un largometraje es la duración. Porque hay varios casos ejemplares de esto (un muy claro exponente de esto es Jim Jarmusch, con sus dos películas Extraños en el Paraíso (1984) y Coffee and Cigarettes (2003), ambas adaptaciones de cortometrajes previos suyos) en los que, justamente, se apunta a enriquecer la temática planteada, a profundizar en los personajes, a contar más de lo ya contado mediante cambios estructurales y narrativos.
Gustavo Taretto escribió y dirigió en el 2005 un cortometraje (casi mediometraje) de algo más 25 minutos titulado Medianeras, el cual cosechó numerosos premios en diversos festivales. En el 2011, Taretto tomó su exitoso guión y se las ingenió para realizar con el mismo un largometraje de 95 minutos. Si vemos ambas piezas, el original y la nueva versión, comprendemos las razones y a su vez las mismas se nos escapan. Porque esa acción de retomar algo previo y ampliarlo debería estar, justamente, fundada en una ampliación del mundo diegético propuesto en un principio, debería enriquecer el texto original y proponer, en definitiva, algo nuevo. Y este no es el caso.
Los personajes deambulan por Buenos Aires, cruzándose sin buscarse.
Javier Drolas y Pilar López de Ayala (en vez de la gran Moro Anghileri que protagoniza el cortometraje del 2005) personifican de manera correcta a estos dos solitarios personajes (Martín y Mariana, respectivamente), seres incomprendidos de la sociedad que viven en un mundo del tamaño de un tapper y que creen que nunca encontrarán a nadie que comparta algo con ellos. Él es un diseñador de páginas web que vive sumergido en la red virtual, casi sin levantarse de su silla ni ver la luz del sol. Ella, una arquitecta frustrada que trabaja de diseñadora de vidrieras. A partir de ahí, un juego de (des)encuentros sostiene el film, el cual tiene su raíz en la idea de que la persona perfecta para cada uno puede vivir a la vuelta, pasar por al lado de uno en la calle e incluso pararse a centímetros de distancia en algún kiosco sin que uno se de cuenta. Sólo hay que levantar la mirada y encontrar a Wally entre la multitud, en medio de la gran ciudad.
El problema con esta película no es esta trama. De hecho, como dije anteriormente, funciona a la perfección en la versión cortometraje. El problema es que la hora adicional con relación a su predecesora no aporta absolutamente nada y hasta embarra todo lo logrado con la primera pieza. Si en el cortometraje, la voz over de los personajes funcionaba a la perfección, dándole a todo una unidad y un aire de "fábula" urbana, en esta película se convierte en una suerte de facilismo, en un recurso mediante el cual se nos impone la psicología de los personajes, se explicita todo una y otra vez (casi un arte del subrayado). Y a su vez, la voz en over resulta en este caso (y en muchos otros) un arma de doble filo: forzosamente le brinda un ritmo más ágil a la narración, pero esto hace que los pasajes en los que no está se vuelvan estáticos y carentes de interés. Es decir, la presencia de la misma sirve como motor del accionar (una notable incompetencia para demostrar en vez de mostrar) y al mismo tiempo lo estanca. El excesivo abuso de la casualidad no funciona al momento de sostener una trama durante 90 minutos, porque por más que estemos viendo una comedia romántica de esas "simpáticas" (soy el primero en afirmar que en la vida hay muchas casualidades), esto que estamos viendo ya no es una fábula que nos quiere contar una pequeña historia, porque para eso vimos el corto y allí, lo repito, funciona.
Un muy buen trabajo de fotografía logra captar los detalles de la ciudad.
Pero dejemos de lado por un momento que sea un calco exacto del cortometraje. Se puede decir que lo mejor del film se encuentra al comienzo, con la visión de las contradicciones arquitectónicas de la ciudad de Buenos Aires, sostenida por excelentes planos, un montaje ágil y una música de cuerdas que favorece a la secuencia. Incluso la voz over presente allí está muy bien. Pero la película se queda a mitad de camino. Nunca se entiende si la postura del director es a favor de la excesiva conectividad de hoy en día o en contra de la misma, la critica arduamente y al mismo tiempo depende de la misma para el desarrollo de su trama. Y esta contradicción, si es algo premeditado, no está bien lograda. Las subtramas son completamente descartables, la historia entre el nadador interpretado por Rafael Ferro y Mariana es un cero a la izquierda; quizás la relación entre la paseadora de perros interpretada por Inés Efron y el personaje de Javier Drolas sea más rescatable, pero aún así consta de pasajes dignos del olvido (el resaltaje del lesbianismo de Efron mediante la reiteración de varios planos de los sms que manda con su celular es insoportable). El problema de Taretto (con todo respeto) es que piensa que una película es un guión filmado. Que para contar algo, hay que explicárselo al espectador y luego mostrárselo, una suerte de montaje tautológico, "como para que se entienda": no es suficiente con que veamos a Mariana parada en la vidriera decorando los maniquíes, no es suficiente con que la veamos tener sexo (y en esta escena el resaltador se quedó sin tinta) con un maniquí, no es suficiente con que la veamos sentada en un asiento en la vidriera mirando hacia la calle, hace falta que se nos diga la brillante frase "Soy un maniquí".
Y a pesar de todo esto, quiero que quede algo claro: Medianeras no me parece una mala película. Sólo intento expresar mi desconcierto ante el por qué de esta obra, y la verdad que como única respuesta obtengo que Taretto quiso reproducir el mismo éxito que tuvo con el cortometraje pero a mayor escala, y definitivamente le salió mal. En este caso, el reciclaje es lo que me molesta, porque es un reciclaje cobarde, que se aferra a una buena idea y a, en definitiva, un buen corto, y lo estira, lo hace un chicle como para poder estrenarse en cines como una "película" y no propone nada nuevo. Es el corto calcado, con algunas dilataciones de tiempo y un par de personajes secundarios que no suman nada. ¿Para qué? Lo único que veo en esta película es que a Taretto no se le cae una idea que dure noventa hojas, y que su búsqueda es la del reconocimiento. Y mejor ni hablo de la escena de los créditos, la cual es la destrucción de todo el aire y la música que había logrado con su cortometraje previo.