La arquitectura de la soledad
Hay muchas maneras de estar solo en una multitud y Medianeras muestra dos de ellas, que a la vez replican las miles que se viven en las ciudades modernas. En este caso, la ciudad es Buenos Aires, superpoblada de personas y edificios irregulares que esconden a Martín y Mariana. Él, un fóbico social, cuya vida parece un videojuego gris que empieza y termina en la virtualidad. Ella, una arquitecta que vive aislada y cuyo mayor contacto vital es con un maniquí.
La arquitectura de esa ciudad caótica, despojada de sus habitantes, es la otra protagonista de esta historia, que comienza con un bello prólogo sobre cómo esos paisajes urbanos son un síntoma de nuestras soledades. Así, la imagen de fachadas de edificios, puertas, ventanas y terrazas, acompañada por música y texto, abren el camino de la historia que se contará.
Que en realidad son dos historias paralelas, las de estos personajes que intentan hacer algo en esa multitud: nada menos que encontrarse, cosa difícil en estos tiempos. Sus vidas cotidianas son relatadas por sus monólogos, con observaciones agudas, precisas y a veces reiterativas sobre lo difícil que es comunicarse en la era de la comunicación. Los protagonistas, Pilar López de Ayala (increíble su parecido con Madeleine Stowe) y Javier Drolas retratan a estos dos seres con sutileza y ternura, que a veces contrastan con el tono monocorde de sus voces en off.
Hay pequeños papeles de Jorge Lanata y Alan Pauls, y otros de Inés Efrón, Rafael Ferro o Carla Peterson, seres que se cruzan en la vida de ambos y dan aire a su encierro aunque no logren alterarlo. Medianeras es, en realidad, una especie de auto-remake del director Gustavo Taretto, inspirada en su premiado mediometraje de igual nombre, con homenajes a Jaques Tati y a Woody Allen. En una película sobre la soledad, las escenas más conmovedoras y poéticas son las de las medianeras deshabitadas.