ENTRE EL 1 Y EL 10
Una película desaprovechada irrita más que otra decididamente mala.
Medianeras es intermitencia pura. Si esta cualidad mutante fue usada a conciencia porque la posmodernidad está de moda, no me importa, quedó horrible.
Medianeras tiene la incómoda habilidad de ser un garabato de obra maestra. Excelente sin pulir, tirada a la calle como un cascote. Grandiosa en potencia, de una inestabilidad insoportable. A climas brillantes le suceden escenas de chatura indignante. A latigazos de humor perverso y sutil le suceden chistes berretas sacados del testamento de Rodolfo Ledo.
Esta película la vi con P., amigo tan neurótico como yo, y nuestras risas jamás coincidieron con las risas de la sala. Ése fue un buen sensor humorístico. ¿Medianeras quiere hacer reír a viejas, a snobs o a ambos públicos? Me cago en la indecisión, que se las juegue y tome partido.
Me contaron que es la extensión de un cortometraje. No lo vi pero si en menos de media hora el corto reúne lo mejor de Medianeras, debe ser una pieza arrasadora. Quiero creer que este relleno para convertirlo en largo pudrió la dignidad de la idea. No sólo la idea, también esa valentía estética que cada tanto se deja entrever pero acaba perdiéndose en una arquitectura torpe y barroca.
¿Por qué estoy tan enojado? Porque los encuadres son zarpados y algunas puestas tienen la originalidad suficiente para replantear códigos narrativos. La dirección de arte te enseña lo que es un criterio y el poder de síntesis. Pero de pronto estas armas apuntan a cualquier lado, la narración se estanca en un sinsentido de personajes secundarios, escenas prescindibles o moral de catequesis.
Derroche impune de munición artística.
Pero sin dudas en donde más pifia Medianeras es en el uso de la voz en off. La peor de la historia del cine argentino. Oposición absoluta a Llinás; esta voz en off no sólo tiene una sensibilidad indie patética, sino que es sucia y redundante. Mal recitada, anula el encanto de las imágenes y deja en ridículo la poesía del montaje. Sobreexplica hasta lo imposible. Un ejemplo entre varios: la protagonista es inexpresiva y decora maniquíes. Listo, chica = maniquí. Después esta chica se sienta en una vidriera y pierde la mirada por horas. Si a un imbécil se le escapó la metáfora, ya no tiene excusa. Entonces sucede algo sonoramente siniestro: la voz en off de la chica dice: “soy un maniquí”.
Más grave aún es que Medianeras pretende ser ideológicamente conciliatoria pero termina absurda y confundida. Jamás distinguí si la película rechaza la deshumanización digital o busca repensar positivamente la era de la hiperconexión.
Apología a la monogamia y apología a youtube, les juro que así termina Medianeras y no sé qué me quisieron decir. Supongo que por eso Gustavo Taretto deja en los créditos su dirección de e-mail.