Para su primer largometraje, Gustavo Taretto eligió una historia de desencuentros urbanos, protagonizada por Pilar López de Ayala y Javier Drolas.
Paredes que se levantan y giran y se vuelven los muros entre dos personas, ventanas que se abren hacía la nada para expulsar el encierro, noches de tanta tanta soledad en medio de tanto, tanto desencuentro en una ciudad que se mira desde arriba hacia abajo, desde el cielo y las calles, las plazas y la medianera, como un símbolo cotidiano de lo lejos que estamos estando cerca.
Medianeras, la primera película de Gustavo Taretto, habla de la soledad visceral de dos personas comunes, pero lo bastante lúcidas como para entender que las relaciones con los otros siempre son problemáticas, habla de la angustia y la necesidad de conectar con alguien, sin solemnidad ni tragedia, con un humor ingenioso que se detiene en la ridiculez de la vida urbana en una ciudad enorme, repleta de gente todo el tiempo, en todas partes. La película tiene una simplicidad que puede llegar a molestar, pero que nunca cae en la obviedad porque transita esos lugares, esas actitudes humanas, ese ser en el mundo más íntimo de lo que nos pasa a todos, pero que no decimos porque resulta demasiado sencillo o natural o hasta frustrante, mandar a la papelera todas las fotos de un ex novio que terminó en desilusión, jugar con un muñeco, chatear de madrugada con extraños, llorar a escondidas ante los nuevos desencantos.
Mariana (Pilar López de Ayala) es una arquitecta que trabaja intentando hacer arte con las vidrieras; Martín (Javier Drolas) diseña sitios web y casi ni sale de su casa, salvo para pasear a su perrita blanca que le dejó su ex novia cuando se fue a vivir a Estados Unidos. No parece ser un buen momento para ninguno de los dos, las cosas no se dan, aunque pongan todo el empeño, tienen vidas similares, gustos en común, se cruzan por la calle sin mirarse, viven en la misma cuadra pero no se ven, porque Medianeras es ante todo una película sobre el desencuentro y sobre la posibilidad de encontrarse, de cruzar la calle corriendo para alcanzarlo cuando creemos que ahí está, es sólo cuestión de pasar la medianera antes de que sea tarde. Al trabajo de los dos actores protagonistas se agregan participaciones secundarias y correctas de Rafael Ferro, Adrián Navarro, Inés Efrón y Carla Peterson.
El tono de comedia romántica se asemeja al de 500 días con ella y está acompañado por un gran trabajo de fotografía registrando esos edificios que miran desde arriba, que están siempre en la ciudad pero que no nos detenemos a mirar aunque formen parte del entorno de la vida diaria. Medianeras da cuenta de la importancia del espacio, tanto externo como interno, y de cómo se cruzan y se interrelacionan. La fluidez del relato se construye con una voz en off que como pocas veces no resulta redundante ni una estrategia narrativa equívoca al decir lo que el realizador no sabe cómo mostrar, en Medianeras esta voz suma a la totalidad de la trama y se vuelve necesaria para dar vida una historia común, atravesada por el más puro cine.