Todo tiempo pasado fue mejor…
Es la frase que transmite alegóricamente el film cuyo desarrollo en París se limita nuevamente (como es habitual en la filmografía de Allen) a acceder a un elemento fantástico a partir del cual suscitan los repetidos conflictos de pareja planteados a lo largo de su carrera. Es asi como Gil (Owen Wilson), un escritor que se encuentra de vacaciones junto a su novia (Rachel Mc Adams) y suegros, de “colados” en Paris, brindando los detalles finales a su última novela que trata acerca de una tienda que vende antigüedades; he de allí que Gil declara su fascinación por el pasado, la época del 20’ en Francia, o época de oro, donde artistas plástico, escritores, directores de cine renovaron el mundo del arte con sus visiones. Es así como tras una noche de cateo de vinos el elemento fantástico cual una némesis de la Cenicienta, gana un encanto a las doce de la noche: el transporte a ese década tan deseada.
Allen ya incursionó en esta materia con La Rosa Púrpura del Cairo (transporte a partir de una pantalla de cine) y con el plan turístico en una de sus últimas (Vicky Cristina Barcelona) donde se limitaba a mostrarnos cual un guía turístico el territorio español, aquí repite la experiencia con cada uno de los recovecos de la ciudad parisina, sus calles, Versailles, la torre, los cafés, etc.. Owen Wilson, lo más destacado del film gracias a su fluidez actoral también repite a quien otro sino a Allen, en un rol similar a los que éste solía interpretar, balbuceando, tartamudeando y generando todo tipo de encuentros y situaciones repletas de histeria, comicidad y conflicto. Los roles de los suegros dan el pie para poder rematar (como también es costumbre de Allen) los gags, el uso de un padre que no quiere a tal persona como candidato de su hija no es nada nuevo. Quedan olvidadas, pequeñas participaciones de Carla Bruni y Michael Sheen, frente a cada uno de los artistas que rondaban por Paris en la época favorita del escritor, personalidades como Cole Porter, Buñuel, Dalí, Picasso, Man Ray, T.S. Elliot…destacándose Adrien Brody como un insistente y apenas gracioso Dalí.
Allen no encuentra quien lo reemplace en materia actoral en cine, puede seguir buscando, llevar y filmar su cine en el viejo continente, aunque estaría bueno que ya sea la hora de reinventarse y viajar a otras latides, Latinoamérica podría ser una buena excusa.