Todo tiempo pasado ¿fue mejor?
Música de fondo y postales de París (las últimas, bajo la lluvia). En los primeros cinco minutos del filme, es todo lo que muestra Woody Allen?. Es suficiente para demostrar (una vez más) que la capital francesa es una de las ciudades más bellas, seductoras y apasionantes del mundo, y que el director está perdidamente enamorado de ella. Allen ya le había rendido un inolvidable homenaje a la Ciudad Luz en aquel soberbio filme que tituló "Todos dicen te quiero"; en esta oportunidad, vuelve a declarar su amor por París a través de una propuesta llena de calidez y sensibilidad. Uno de los principales aciertos del director está en la selección del elenco: es excelente el trabajo del protagonista, Owen Wilson?, eficazmente secundado por un elenco de primera línea. Otro de los puntos a favor es el guión, inteligente, sutil, tierno, románticamente ingenuo; y la clave de la película está en la naturalidad con la que Allen introduce a los espectadores dentro del mundo mágico al que accede el protagonista cuando, a la medianoche, sube a un viejo automóvil para volver casi un siglo atrás en el tiempo. Entonces se suceden con fluidez los encuentros con Hemingway, Cole Porter?, F. Scott Fitzgerald?, Picasso, Dalí, Buñuel y muchos otros ídolos del personaje (y del director del filme, evidentemente). El truco dramático le permite a Woody Allen formular interesantes teorías acerca de la creación artística, de la nostalgia por un pasado glorioso y hasta de la idea de la felicidad que persiguen los seres humanos. Además, le sirve en bandeja la oportunidad de intercalar algunos guiños humorísticos (y homenajes) acerca de la singular atmósfera cultural que impregnó al París de los años 20.
El personaje de Marion Cotillard? (Adriana, una amante de Picasso y de Hemingway que cautiva al protagonista) le permite a Allen darle una vuelta de tuerca a la historia e introducir la reflexión de que la nostalgia por los tiempos que se fueron no es una característica excluyente de quienes vivimos en estos días porque siempre se puede encontrar (y extrañar) una época dorada perdida en los años que pasaron. Adriana contrasta, además, desde la sensibilidad y la emoción, con el pragmatismo elemental que gobierna los actos de la vida de los futuros suegros y de Inez, la novia del escritor, graciosamente interpretada por la siempre correcta Rachel McAdams?. El director se permite un par de chistes simples y directos, como el del investigador privado contratado para seguir a Owen que se pierde en el tiempo, y una especie de cameo "king size" a cargo de Carla Bruni?, pero el tono del filme es decididamente romántico y lleno de nostalgia. Y la fotografía, que durante una buena porción de la filmografía de Woody deslumbró a los espectadores subrayando las bellezas neoyorquinas, aquí se rinde incondicionalmente a la indescriptible majestuosidad de los paisajes parisinos y a la irresistible seducción de los rincones cálidos e íntimos que generan a cada paso sus callecitas empedradas y sinuosas.
A pesar de proponer un desenlace quizá demasiado explícito, Allen vuelve a lograr una película deliciosa, de esas que se disfrutan con una sonrisa en los labios desde el primer fotograma hasta los títulos del final.