Desde el estreno de Tiburón (Jaws, 1975) hace ya casi 45 años, el subgénero “películas con tiburones” tomó inexorablemente dos caminos: La narración cruda sobre una historia de supervivencia como en Mar abierto (Open Water, 2003) y Miedo profundo (The Shallows, 2016), o el relato bizarro que hace de la premisa absurda su punta de lanza como en el caso de Alerta en lo Profundo (Deep Blue Sea, 1999) y la inesperadamente exitosa Sharknado (2013). Con Megalodón (The Meg 2018) el director Jon Turteltaub intenta combinar la parafernalia lisérgica de las producciones clase B con el presupuesto de una superproducción de primer nivel, obteniendo resultados dispares según la lectura que estemos dispuestos a hacer.
La cuestión es la siguiente, el fondo oceánico no sería exactamente “el fondo” allá por las fosas de las Marianas en el Oceáno Pacífico, por ende un grupo de científicos se dispone explorar que hay más allá. Claro que al hacerlo liberan accidentalmente una criatura que se creía extinta, un megalodón, un tiburón de más de 25 metros que vivió en los océanos de nuestro planeta hace millones de años. Aquí entra en acción Jonas Taylor, interpretado por el héroe de acción por antonomasia del nuevo milenio que todos conocemos como Jason Statham (El transportador, El mecánico, Rápidos y furiosos). Taylor es un experto en rescates bajo las profundidades marinas quien inicialmente es traído del retiro para rescatar a un grupo de científicos, pero al suceder el problemita con el Megalodón se vuelve el hombre indicado para detener a dicha bestia... después de todo si algo nos enseño el star system es que los héroes de acción son definitivamente multitaskeadores todo poderosos.
En un relato donde escena tras escena Taylor y su troupe improvisada de científicos, hackers y otros personajes descartables buscarán detener al leviatán prehistórico, se siente por sobre todo la falta de sangre, de visceralidad, de gore propiamente dicho. Aquellos que caen a las fauces del monstruo lo hacen fuera de campo, en planos oscuros, apenas dejando un rastro de sangre en el agua. Incluso la lista de víctimas es pequeña ante una amenaza tan grande. Toda película del género se toma su tiempo para mostrar a la bestia, pero en el caso de Meg prácticamente no vemos a la criatura en toda su espectacularidad en 113 minutos de film. En este sentido no sorprende que el director Eli Roth se haya bajado del proyecto cuando el estudio pidió una película PG-13 (para mayores de 13) dejando claras sus intenciones puramente comerciales.
Hablando de intenciones comerciales, no sorprende la cantidad de actores y actrices asiáticas en el reparto, especialmente cuando reflexionamos sobre la importancia de la taquilla china en las producciones contemporáneas de Hollywood. Cuando su propio territorio deja de ser el más rendidor, a la meca del cine no se le mueve un pelo en cuestiones de expansión étnica en pantalla. Megalodón debe ser el ejemplo más directo de esta política hasta el momento. Las referencias al clásico de Steven Spielberg están a la orden del día, incluso algunas de sus infames secuelas también son disimuladamente homenajeadas. El guión de Dean Georgaris, Jon y Erich Hoeber incluso se anima a meter -por forzado que luzca- una subtrama romántica entre Taylor y la doctora Suyin, asíatica ella por supuesto. También habrá pequeñísimos momentos reflexivos sobre la mano del hombre en la naturaleza y el poco cuidado por el planeta, combinados con escuetas escenas de drama humano que intentan dar profundidad a personajes que todos sabemos están ahí solamente como carnada, literalmente. Con un ritmo algo desparejo y la escena de playa más desperdiciada en la historia de las películas de tiburones, Megalodón se las ingenia de todas formas para convertirse en otro eslabón aceptable dentro de la moda sharksxplotation, reconociéndose a si mismo como mero producto de entretenimiento descartable, a sabiendas que su propuesta podrá no ser la más inteligente, pero le alcanza con lo absurdo de su premisa... y eso a pesar de atreverse a mostarnos a Jason Statham sonriendo en más de una ocasión. Ese hombre no debería tener permitido JAMÁS sonreir delante de una cámara, cuando lo vean sabrán comprender.