Llega Megalodón a nuestra cartelera, un nuevo film de bestias marinas devora hombres, que nos trae muy poco para disfrutar en sus casi dos horas de duración.
La expedición submarina Mega One pierde uno de sus submarinos en un confuso episodio en el fondo de la Fosa de las Marianas y sospechan que el incidente está relacionado con algo que le ocurrió al ahora retirado Jonas, un rescatista que fue tratado de loco cuando declaró que algo había mordido un submarino en el que trabajaba años antes. Así, Jonas (encarnado por el carilindo pero mediocre actor Jason Statham) es convocado para unirse al equipo de rescate. Estos, accidentalmente, abren un camino de salida para el Megalodón, un tiburón prehistórico capaz de devorar todo lo que encuentra a su alcance.
Más de cuarenta años pasaron del estreno de Tiburón (Jaws, Steven Spielberg, 1975) y las películas de bestias que comen hombres (y particularmente las de escualos) nunca dejaron de interesar a cierto público. La apuesta fue diferente en algunos casos y repetitiva en otros.
El último intento viene de la mano de Megalodón, un film ligeramente basado en la novela de Steve Alten. Al igual que en dicho libro, el film se encuentra con un problema fundamental, y es que se vuelve muy difícil empatizar con una víctima cuando el ser que la devora puede meter en su boca cinco personas al mismo tiempo. La trama intenta encontrar la forma de sortear ciertamente este problema cargando a la película de irrealidad, y entonces el escualo cambia de tamaños, cambia la velocidad a la que se mueve, y ni siquiera respetan la perspectiva de la distancia en las escenas de acción, pero todo realza la falta de clima del relato.
Las actuaciones son pésimas en líneas generales, y a lo largo del film da la sensación de estar viendo una levemente elaborada película clase B.
La trama es lenta y todo el principio es extremadamente aburrido. El poco juego con el fuera de campo en el film ya fue arruinado por los trailers y la falta de verosimilitud de las situaciones sólo contribuyen a quitarle realismo a una situación que apenas podría ser tomada en serio si el espectador se creyese lo que está pasando en pantalla.