Nada más terrorífico que un tiburón merodeando en la playa. Hordas de ociosos humanos disfrutando de la arena, el sol y el mar, y porque no, alguna bebida espirituosa, hasta que, conflicto, la aleta acecha a sus próximas víctimas.
Steven Spielberg fue el pionero del negocio. Con la primera “Jaws”, inauguró el “blockbuster”, una palabra que determinaría un subgénero asociado inevitablemente al pochoclo y el entretenimiento dentro de un universo de consumo que tras él se generó. Así, con ese mega éxito sin precedentes, aquel tanque inauguró un modelo de producción que salvaría las alicaídas cuentas de los grandes estudios.
Films de receta, fórmulas probadas, el verano boreal como espacio para lanzar todas las películas de mero entretenimiento. Ese film, recordado también por su célebre melodía, repensaba el mito del hombre acechado por la naturaleza, desandando un estilo de historias que privilegian la mínima existencia y volatilidad humana ante inevitables fenómenos de índole impredecibles.
“Jaws” habló del poder reestablecer el control y estadio inicial a hombres que también estaban agobiados por sus propios tormentos mentales, pero que, de alguna manera, y ante la urgencia del peligro, se corren de su mismidad para ayudar al otro.
En “Megalodón” (The Meg, 2018) todo este preámbulo, que sirve para comprender algunas cuestiones relacionadas al cine de entretenimiento, y, en particular, al cine que utiliza tiburones como amenaza, es superado por la intención de generar un film de entretenimiento que se apoya, fundamentalmente, en su intención de reelaborar algunas leyes sobre el mismo.
Lamentablemente en su intento por sumar una mirada asociada al consumo irónico, al poder cambiar algunas reglas, algo que viene haciendo con soltura e ingenio la cadena SyFy en la saga “Sharknado”, se queda en el intento y no avanza en una propuesta sólida que reivindique algunas decisiones.
Acá, a partir de la fusión entre “ciencia” y “experiencia” se intenta narrar la existencia de un megalodón, ancestro del tiburón, que ha permanecido sumergido bajo una capa de una sustancia que lo ha mantenido intacto, pero también, oculto. Una expedición científica lo “despertará” y el gigantesco ser comenzará un camino de destrucción y sangre por doquier, animando una propuesta que busca con el efecto sorprender al espectador.
Tras el megalodón irá un atribulado y conflictivo Jason Statham, quien hace las mil y una piruetas e intentos imposibles para detenerlo, hiperbolizando sus acciones a partir de una estructura narrativa que se ha olvidado, principalmente, de contar con un guion que, valga la redundancia, guie cada paso de los protagonistas.
En el medio de la lucha por detener al inmenso monstruo, aparecen ex mujeres, nuevas posibilidades de parejas, fantasmas del pasado que le recuerdan al protagonista sus fracasos anteriores, todo enmarcado en un contexto de absurdo que no puede sostener un tempo adecuado (ni hablar de las actuaciones) para mantener la tensión y el conflicto hasta el desenlace. Aquellos fanáticos de las historias de tiburones sin importar ninguna cuestión ulterior ni lógicas internas del relato saldrán realizados.
Aquellos que deseen encontrar una relectura inteligente de un subgénero con peso propio, es preferible que vean una vez más “Jaws” y sigan esperando una nueva oportunidad en un tiempo.