Un grupo de investigadores envía un submarino a una profundidad nunca alcanzada por el hombre y la tripulación termina varada tras ser atacada por una criatura desconocida. Con el agua al cuello (metafóricamente hablando), un prestigioso oceanógrafo chino a cargo de la misión convoca al especialista Jonas Taylor (Jason Statham) para que traiga de vuelta a los científicos.
La criatura en cuestión es un Megalodón, un tiburón prehistórico gigante que se pensaba extinto hasta que es liberado de las profundidades por estos investigadores.
Es sabido que Jason Statham es mandado a hacer para la acción. Pero incluso cuando ese es su fuerte, en este filme su trabajo es decepcionante. El problema no sólo tiene que ver con su actuación: el guion no ayuda en absoluto con diálogos inverosímiles, trilladísimos y con una chispa que nunca termina de prender.
Porque Megalodón tiene una clara intención de reírse de sí misma, de no tomarse del todo en serio, pero se queda a mitad de camino en su objetivo. La película tiene humor y una seguidilla de líneas pensadas para hacer reír, aunque pocas veces lo logra. De cualquier manera, se agradecen los destellos de humor y su liviandad manifiesta, de otra manera sería un calvario llegar hasta el final.
Aunque se trata de una superproducción, los efectos especiales son desparejos y en ocasiones sorprendentemente malos (como en uno de los enfrentamientos “cuerpo a cuerpo” de Jason con la criatura).
Por fuera del protagonista, que hace lo que puede con lo que tiene, los personajes son llanos y predecibles. La química entre Statham y Bingbing Li es nula y la actriz china no logra ser lo graciosa que sus parlamentos pretenden. Además de estar pintada y peinada durante las dos horas que dura la película. Labial a prueba de megalodones.
Si te gustan las películas de tiburones, siempre se puede volver a la película de Steven Spielberg de 1975, o incluso a la saga Sharknado, que logra lo que Megalodón no: reírse de sí misma y que los espectadores también lo hagan.