Y DreamWorks lo hizo de nuevo. Ni Disney, ni Pixar, ni Disney-Pixar. La compañía fundada por Steven Spielberg logró volver a ponerse del lado rocker del cine de animación con una producción que logra comulgar de manera imbatible guiños para adultos y diversión para infantes y adolescentes.
La gente que pario a Shrek (gracias, en serio, pero ya está, eh?) volvió a su mejor forma a bordo de un relato que cuenta la lucha entre el bien y el mal, aunque con una paleta de grises tan amplia que no solo es un noble repulgue de la posmodernidad, sino que además es un sólido discurso sobre cuan grandes pueden ser los límites de la voluntad a la hora de hacer lo correcto.
En una intro que recuerda mucho a Superman, vemos como dos niños llegan a la tierra desde un planeta a punto de colapsar. Uno elige el camino de la lucha contra el delito, el otro se divierte más y se queda del lado del crimen. Y así como (dentro de la ensoñación en cinerama) el mal siempre paga y el bien siempre triunfa, un día puede suceder que el villano se salga con la suya y el camino hacia la gloria se le despeje al punto de no tener a quien vencer. MegaMind (voz de Will Ferrell) ve como una ventana de posibilidades se le abre de par en par, incluída la posibilidad de apoderarse de la ninfa de la historia, con los vericuetos del caso, claro, pero la gloria parece ser suya.
Tom McGrath, que viene de dirigir las dos Madagascar, pero más que nada varios capítulos de Ren y Stimpy, le imprimió un carácter rocker al asunto, a base de canciones de AC/DC, Guns n Roses y un final a todo beat con la inmortal Bad, de Michael Jackson, todo entremezclado con adrenalínicas secuencias de acción, humor inteligente y un puñado de personajes que si bien no vinieron a renovar el cine de animación, sí logran ponerse al frente de una película que se toma de algunos parámetros clásicos del género para retorcerlos un poco, pasarlos por una tintura freak y entregar una ropa nueva, lista para salir a coolear.