Este opus en tono de comedia es sólo una gran excusa para el lucimiento de Diane Keaton, también productora asociada del mismo.
Martha (Diane Keaton), una casi octogenaria con enfermedad terminal, decide ir vivir en una residencia de ancianos en donde cada quien tiene su casa, tal como si fuese un barrio privado, pero con custodia, comodidades y asistencia.
Animada por su vecina Sheryl (Jacki Weaver), decide dar rienda a un sueño incumplido, ser animadora, por ello crea un equipo de animadoras con sus nuevas amigas y vecinas.
Pero lo que comienza siendo un hobbie se acaba convirtiendo en algo más serio cuando deciden presentarse a una competencia. Para ello contratan a una joven cheerleader (Alisha Boe), quien se encargará de entrenarlas.
Lo peor de todo es ver a una gran actriz todo terreno querer producir risas a partir del humor físico, lo mismo sucede con el resto del elenco. Todo un desperdicio de talento, la nombrada Jacki Weaver, conjuntamente con Rhea Perlman y Pam Grier, que sumadas a la ganadora del Oscar como mejor actriz por “Annie Hall” (1977), termina siendo algo patético, tratando de suavizar el diagnostico, claro.
Un filme chato, de estructura narrativa excesivamente clásica, un guión paupérrimo que recurre a todo un catálogo de lugares comunes para avanzar como pueda.
Personajes que además de mal presentados, peor construidos, y con ausencia total de desarrollo, terminan por ser una caricatura poco creíbles de sí mismas.
Si a todo esto se le agrega la intención discursiva del texto, que nunca logra fehacientemente algo así como queriendo imitar a Héctor Alterio en “Caballos salvajes” (1995) cuando grito “¡La puta que vale la pena estar vivo!”.
Aquí ni se acercan.