De venta difícil para un público general, pero Mejor que Nunca puede funcionar en un sector específico.
A22 años de su estreno, podemos decir que The Full Monty popularizó una suerte de subgénero. Aunque todavía necesitado de una nomenclatura precisa, el estilo se reconoce inmediatamente: grupo de personas se mete de lleno en una actividad habitualmente practicada por gente que físicamente hablando son todo lo que ellos no, y cómo por sortear el ridículo que pueda expresar la mirada de los otros terminan resolviendo problemas tanto internos como externos. El universo puede cambiar y los motivos también, pero el gancho está.
Asignatura Pendiente
La superación es todo en Mejor Que Nunca. Es una película donde se pone en juego no solo la vergüenza, sino los sueños incumplidos y el respeto de la juventud (así como la falta de él). El público de mayor edad se sentirá identificado con ciertas situaciones que atraviesan las protagonistas, en particular aquellas de índole física.
Una vez establecida la premisa, el espectador verá cómo los personajes se divierten, se equivocan y se rebelan ante los arrogantes de ocasión que se pasan de línea. El filo, carisma y solidez interpretativa de actrices como Diane Keaton y Jacki Weaver ayuda mucho a este potencial atractivo.
A lo mejor estos detalles son los que pueden gustar a ese sector de la audiencia que, por lo menos en lo mainstream, fueron dejados de lado en el panorama cinematográfico actual. Un panorama que está incuestionablemente apuntado, en estricto sentido de marketing, hacia los adolescentes, quienes en esta película encuentran su representación en una subtrama que es más simple presencia que desarrollo.
Por noble que sea esta meta inclusiva, la solidez narrativa es un tema aparte. Es más, la solidez narrativa es lo que puede ayudar a que el resultado final cautive más allá de su audiencia objetivo. Ese puede ser el problema por el cual Mejor Que Nunca resulta una venta difícil para un público general. Su desarrollo narrativo tiene mucho de lo positivo y lo indispensable de lo negativo, ya que las fuerzas opositoras aquí son bastante endebles.
La principal antagonista invierte todos sus esfuerzos en sacar de circulación a este equipo de porristas, pero el que sus motivos no queden manifiestos de una u otra manera le quita fuerza como antagonista y lucimiento a la película.
También se puede esgrimir que el verdadero antagonista es el cáncer que devora al personaje de Diane Keaton. Sin embargo, más allá de su simple introducción en la presentación del personaje y algunos planos de ella vomitando, este nunca se presenta con la suficiente potencia para que amenace con derribar su plan. Si no tiene dicha potencia no hay riesgo, y se puede perder el interés del espectador por el triunfo de la protagonista.
Parecería que la trama recuerda lo complicado de la enfermedad recién al acercarse el desenlace; para la necesaria aparición de una crisis que obligue a la protagonista a recuperar fuerzas, respondiendo a una formalidad de la convención narrativa más que a otra cosa.