Mekong Paraná, un ágil documental sobre la supervivencia y la adaptación.
Del mismo modo que Estados Unidos (salvando las obvias diferencias), Argentina ha sabido ser -y hasta cierto punto sigue siendo- un gran foco de inmigración. Gente de todos los rincones del mundo ve en nuestro país una suerte de tierra prometida, a pesar de que muchos de los que nacimos aquí no lo veamos. Mekong Paraná pone a nuestro país como escenario de una historia de reinicio, de las raíces que nunca se abandonan, sino que se trasladan.
Un lugar en el mundo
En todas las grandes ciudades hay barrios étnicos a los que habitualmente vemos como grandes sectores comerciales. No se nos ocurre pensar que ese detalle comercial tiene mucho de reencuentro, de recuerdo, un lugar dentro de la nación adoptiva que recupera esa cotidianeidad del país de pertenencia, algo que a lo mejor no se puede percibir dentro de la elegancia de, digamos, una embajada o un consulado. Como el barrio chino o el barrio italiano de Nueva York, o nuestro barrio chino en Belgrano.
El río Paraná es lo primero que vemos en la película al mismo tiempo que los protagonistas, pero es mucho más que un fondo, locación o siquiera un contexto narrativo. Aquí vemos al Río Paraná como la representación física del recuerdo. El lugar donde no solo pescan, sino donde por unos momentos vuelven a esa Laos que dejaron atrás, la que los vio nacer pero que tristemente no los dejó vivir.
El documental se basa en una clara estructura de guion, sostenida por un montaje dinámico. La primera mitad habla de la huida de Laos, donde los protagonistas deben dejar atrás a familias sin dudar que en el otro lado los espera un futuro mejor, y a la vez un breve pero desolador remordimiento por toda la vida que dejaron atrás. Incluso a padres a quienes no pudieron acompañar en sus últimos días. Esta primera mitad no solo es testimonio en vivo, sino que es complementado por una rica secuencia de animación.
La segunda mitad habla de la complicada adaptación a la argentina (en lo culinario y lo escolar, por ejemplo), siendo aquí donde participan sus hijos también, donde reconstruyen un árbol genealógico no basado en la sangre pero sí en la vivencia común de la tortura de huir de su patria y empezar toda una vida de cero en otro país, con otro idioma y otra idiosincrasia. Una familia elegida por cuestión de necesidad, pero más que nada por memoria. Un testimonio que pone en evidencia, en estos conflictivos tiempos, que son más cosas las que nos unen de las que nos separan. Que al final del día no debemos negar el pasado, pero solo superándolo se sale adelante como comunidad.
Incluso con este mensaje, incluso en el contexto de una dura historia, Mekong Paraná no explota a sus sujetos. El documental de Ignacio Luccisano no muestra más lágrimas de las que debe mostrar, menciona lo indispensable de la tragedia atravesada sin regodearse en ella.