LA DANZA DE LA MUERTE
Sobre los estados de ánimo
Se me hace complicado de explicar, pero no encuentro nada fácil empezar un análisis sobre un film de Lars von Trier. Quizá sea por su natural transgresión, quizá por su constante inconformismo con todo, caracterísitcas presentes en cada fotograma de sus películas. Quizá por su habilidad para sorprender, ya sea desde lo provocativo o desde la belleza visual (lo que nadie puede negar es que el director danés es un asombroso esteta). Hay varias razones que me hacen pensar que escribir un análisis sobre cualquiera de sus películas sea algo, en un punto, absurdo. No puedo menos que imaginar a Lars von Trier como un director ajeno a todo esto, que filma según sus emociones y sus estados pasajeros y que detesta a todo lo que no sea él. Posee en su haber, indudables grandes películas (Dogville cada día se convierte en un mejor film) y algunas no tan acertadas, o, al menos, demasiado herméticas como para ser comprendidas, sopesadas, films que no están destinados a nadie más que a él mismo. A veces veo en Lars von Trier más a un personaje que a una persona, a un director demasiado preocupado intentando deleitar y generar controversia, a alguien a quien le importa más lo que la gente diga de lo que hace creer y que piensa que es el nuevo Tarkovsky. Otra veces, en cambio, veo a un cineasta bastante único, con una visión distinta del mundo y una gran habilidad para plasmar esta percepción en todo lo que realiza. Así, frente a esta(e) persona(je) contradictorio es que se dificulta ejercer un análisis lo más imparcial posible sin caer en este juego de opuestos, en este claroscuro que conforma gran parte de su filmografía. Su última película, Melancolía, no escapa de este claroscuro sino que lo hace protagonista, está más presente que nunca. No es azarosa la estructura narrativa del relato ni tampoco lo es la paleta de colores que el director utiliza con notable destreza. Porque Melancolía es, a mi parecer, una película que se sostiene como tal por méritos propios, existe más allá de que alguien la vea (esa es su condición: no le importa el otro) y, creo yo, crecerá con el paso de los años; me atrevo a afirmar que en el tiempo será recordada como uno de los mayores logros de este inconformista constante que es Lars von Trier.
La boda inicial, la hipocresía en estado puro. El anticipo de la catástrofe.
La historia, como en todos los films de este director, reviste de menor complejidad de la aparente. O mejor dicho, una historia sencilla sirve siempre de espejo deformante para lo ambicioso, desde lo simple se nos cuenta lo intrincado de la condición humana, de la existencia, de la fe. Tal es la mecánica de Lars von Trier en la mayor parte de sus films. En este caso, el film descansa, desde el comienzo, en un motor claro: la Tierra va a colisionar contra otro planeta diez veces más grande, llamado Melancolía. Este hecho que se nos muestra en los primeros diez minutos va a funcionar como principal sustento de todo lo que veremos después. Así, se da paso a lo que de veras parece intrigar al director y escritor, que no es lo que dicen la mayoría de las sinopsis que circulan por la web y otros medios, las cuales se refieren a la relación entre las dos hemanas como el centro del relato. Lars von Trier, en una entrevista, mencionó que Melancolía no era un film de catástrofe ni mucho menos sino, según sus palabras, "Es una película sobre un estado de ánimo". Quién mejor que él mismo para definirlo. De hecho, esto clarifica un hecho que es insoslayable al finalizar el visionado del film: se trata de una de las películas más deprimentes de los últimos años. Uno queda devastado, dolorido, y esto se debe en gran parte a esta densidad, a esta espesura que presenta el film, y a su completa falta de esperanza, incluso en la misma raza humana. Lo que estamos viendo es lo que siente Lars von Trier para con su alrededor.
La película comienza con un preludio de casi 8 minutos conformado por una sucesión de imágenes apocalípticas en cámara ultra lenta. En ellas, vemos pájaros caer inertes desde el cielo, pinturas que se prenden fuego, gente corriendo desesperada, un caballo que cae muerto y una representación de Ofelia, entre otras cosas. Todo acompañado del preludio de Tristán e Isolda, la ópera de Wagner (el tema será repetido a lo largo de todo el metraje de la película). Vemos esto y sabemos que, suceda lo que suceda después, la experiencia ya valió la pena. Es tal la belleza visual que nos presenta von Trier en esta introducción que supera ampliamente a la de su film previo, Anticristo, con la que presenta muchos puntos en común. Luego de este preludio, la película se divide en dos partes: la primera corresponde a Justine (el personaje de Kirsten Dunst), y describe la noche del festejo de su casamiento con Michael (Alexander Skarsgard), su novio, y la segunda a Claire (interpretada por Charlotte Gainsbourg), la hermana de Justine, y se nos muestran los hechos frente a la proximidad de la colisión del planeta Melancolía contra la Tierra.
Kirsten Dunst y Charlotte Gainsbourg, ambas brillantes en su rol de hermanas.
Como mencionamos previamente, hay una dualidad presente en estado constante en el film, y la estructura es la señal más evidente de ello. La película cambia el prisma a través del cual estamos viendo porque varían, justamente, los estados de ánimo, y esto se ve presente en la iluminación que utiliza Lars von Trier en todas las escenas nocturnas del film, como veremos más adelante. En la primera parte, abundan las tradiciones, la hipocresía ("Yo sonrío, y sonrío y sonrío" dice Justine intentando excusarse), los vínculos familiares rotos y lo intrascendente. Asistimos como espectadores a la celebración de casamiento de Justine, quien parece estar ausente, lejos de allí. La primera vez que la vemos, sin embargo, todo parece distinto. Ella se encuentra en una limusina junto con su esposo, divertida porque la gran longitud del auto le impide al chofer maniobrar por el camino sinuoso que conduce a la mansión en donde se llevará a cabo el festejo (uno de los momentos más brillantes de la película, ya que funciona como perfecto contrapunto- lo absolutamente intrascendente- contra la catastrófica belleza de la destrucción de la Tierra). Así, todo es risas y miradas cómplices, y por un instante creemos que ambos son felices. Pero a lo largo de la fiesta (en pasajes que traen a la memoria la película Celebración, de Thomas Vinterberg) nos daremos cuenta de que no todo está tan bien como creíamos. En la segunda parte, en cambio, se nos plantea una emoción muy distinta: la desesperación. Asistimos a la gradual aceptación de los protagonistas de que la Tierra efectivamente será destruida por Melancolía, y que no hay escape posible. Así, frente a este hecho (esta realidad), Claire, a diferencia de Justine, quien se va tornando cada vez más escéptica e inmutable, desespera. Su esposo, John (interpretado por Kiefer Sutherland), representa la voz de la racionalidad, la voz de la ciencia, de los "expertos en el tema". Al comienzo le transmite tranquilidad a su mujer con sus conocimientos sobre astronomía, pero luego, frente a lo inevitable- frente al error propio- también desespera y se suicida con las pastillas que Claire previamente había conseguido para tener una escapatoria (quizás cobarde) del fin del mundo. A mi parecer, tanto la acción por parte de Claire de obtener las pastillas y más aún el suicidio de John es, por lejos, lo más forzado del guión. En un film que posee un equilibrio justo entre lo que muestra y lo que no (las imágenes del espacio se nos presentan muy recortadas, al igual que el planeta Melancolía, siempre visto por otro personaje, siempre reencuadrado por el ánimo del otro), y más aún, entre cuánto se nos muestra y cuánto no (nunca sabemos qué está sucediendo en el resto del mundo, vemos todo aislados en un escenario único- aquel caserón con sus amplios jardines y bosques y lagos- y no se nos da ni el menor dato del resto de la Tierra), ambas acciones pecan de burdas, de trazo grueso, poco creíbles por su facilismo, en especial el suicidio de John. Volviendo al tema principal, como mencionamos con anterioridad el recurso formal que refuerza esta noción de dualidad es el de la iluminación en los escenarios nocturnos. En la primera parte, la película se caracteriza por poseer una iluminación cálida, de una paleta de colores tendiente a los amarillos, mientras que en la segunda parte, la noche pasa a ser un ambiente blanquesino, con una iluminación mucho más fría. Este tipo de iluminación refuerza la noción de proximidad de Melancolía, un planeta que, según podemos ver, se caracteriza por la luz blanca que refleja. La escena en la que Justine se dirige al lago para recostarse desnuda y observar al planeta deja constancia de esta iluminación característica, y podemos ver cómo la luz blanca de aquel baña su torso desnudo mientras ella lo mira, como si estuviera llamándolo, provocándolo. Así, lo que vimos en la primera parte se encuentra radicalmente separado de lo que vemos en la segunda por esta característica. Incluso en el final, en el momento de la colisión de ambos planetas, von Trier opta por situar la acción a la luz del día, la cual es completamente gris, casi azulada. No hay sombras, es completamente pareja, teniendo al planeta como principal fuente de luz.
Una de las tantas escenas propias del preludio, con una composición de cuadro absolutamente perfecta.
En el preludio, al comienzo de la película, vemos estas escenas que nos remiten a lo que será el fin del mundo. Comprendemos luego que probablemente sean parte de las visiones de Justine, quien tiene la habilidad de poder ver cosas que nadie más ve. Los 678 porotos del casamiento nos alcanzan para entender que ella sabe con certeza del fin del mundo, y por eso su tranquilidad al momento de enfrentarlo. Hay una fuerte carga simbólica en varios de estos planos, lo que se ve reforzado por el hecho de que son (quizá) visiones de Justine. La vemos con vestido de novia intentando avanzar entre una especie de fango que le dificulta la movilidad tomándole las piernas (sobre lo que luego hace mención a Claire). También vemos a Claire corriendo con Leo, su hijo, en brazos, pasando junto al hoyo 19. Ahora bien, dos veces en el metraje del film John menciona que el campo de golf tiene 18 hoyos. ¿Qué es entonces el hoyo 19? Lars von Trier ha dicho, frente a esta pregunta, que se trata del limbo. Tan interesante como hermético. Los símbolos están frente a nuestros ojos. La lectura que hagamos es tema nuestro. Otra imagen que vemos es la de Justine, también con su vestido de novia, flotando en el lago, con un ramo de flores en las manos. Esta composición es claramente una relectura del personaje de Ofelia (particularmente de la pintura de John Everett Millais), de la obra Hamlet, de Shakespeare, en la cual este personaje "era incapaz de su propia angustia" y muere ahogada, luego de haberse vuelto loca por el amor no correspondido de Hamlet. También vemos a una pintura quemarse; se trata de la obra "Cazadores en la nieve", de Pieter Bruegel, un claro homenaje al que von Trier llama "su maestro", Andrei Tarkovsky (quien usó este mismo cuadro en su film Solaris). Hay una imagen que resume a la perfección lo que mencionamos sobre la dualidad presente en la película mediante la utilización de la luz en los ambientes nocturnos: el momento en el que se encuentran caminando hacia cámara los tres protagonistas, Justine, Claire y Leo. Justine, a la izquierda, camina bajo el planeta Melancolía. Claire, en la derecha, bajo el sol. Y Leo, en el medio del cuadro, bajo la luna.
Es enorme la carga simbólica presente en Melancolía, bastante más de lo que hemos llegado a esbozar en este análisis. Si algo queda claro es que estamos ante un film ambicioso, quizás uno de los más ambiciosos del 2011, categoría que, a mi parecer, comparte con El Árbol de la Vida (aunque quizá esta última gane en ambición, por su intento de abarcarlo absolutamente todo). Mucha gente las ha comparado, principalmente por la coincidencia de sus estrenos. Las tomas galácticas son similares, y esto quizá hable de una preocupación muy presente en los tiempos que corren: el misterio del espacio, su belleza y su infinitud. Sin embargo, no tienen mucho en común; de hecho, a pesar de ser del mismo año, Melancolía parecería una respuesta a El Árbol de la Vida. En la última prevalece la esperanza y la fe. En la primera, en cambio, lo único que resta es la destrucción. "La tierra es el mal", reza la protagonista en una intensa escena de la película. "Sé cosas. Y cuando digo que estamos solos, estamos solos. La vida sólo existe en la Tierra, y no por mucho tiempo". Así, en estas líneas, casi que lo oímos al realizador danés hablándonos. Incluso, en el momento, descoloca esta conversación, parece incluso insertada con fuerza en el film. Será por algo, será porque de eso es de lo que quería hablar Lars von Trier, eso es lo que sentía en el momento en el que realizó esta película. "Todo se está yendo al infierno, pero debemos sonreír en el camino", dijo alguna vez el director. El mundo en el que él vive es oscuro, malvado y perverso. Puede o no tener razón, podemos o no compartir su visión. Pero esto no influye en el film. El final (de la película), de igual manera, se nos vendrá encima como cien mil valquirias y nada podremos hacer para evitarlo.
Pero nada de esto debería preocuparnos.
Porque, no olvidemos, se trata de un estado de ánimo. En clave wagneriana.