Sentarse en la butaca para ver la última de Lars von Triers, es predisponerse a ver con qué nuevo artilugio nos va a conmover o a enojar. Esta vez, se trata del fin del mundo que se avecina debido al choque de la Tierra con el planeta Melancolía, nombre que invita a una excursión por tristeza y por lo sublime ante la inminencia de la muerte inevitable.
Melancolía también y no por casualidad, refiere a un desorden emocional descrito como depresión, dolor e ilusión de auto-castigo. Lars, a través del nombre del planeta rebelde, ofrece una interpretación tanto de la conjunción autodestrucción/condena del destino planetario como al perfil enloquecido de la protagonista Justine, interpretado por Kirsten Dunst. El evidente desarreglo de su personalidad, parece atentar en el mismo día de su boda, contra su “felicidad” pero en el fondo, se puede considerar que, en la brecha que abre su conducta, la potente percepción de quién tiene la capacidad de intuir algo más. Cada personaje, encarna un atributo existencial. Su hermana Clara, - Charlotte Gainsbourg - en su obsesión por la planificación, representa el orden; su futuro marido, la huida por aturdimiento o ignorancia, su madre –Charlotte Rampling – la desaprensión; el marido de la hermana - Kiefer Sutherland -, la futilidad de la racionalidad y la ciencia; el padre, la encantadora frivolidad; el niño, la inocencia. Para todos, el destino inefable tiene guardada la misma conclusión.
Durante la boda, aunque la catástrofe ha sido pronosticada en una obertura magnífica entre ensueño e imágenes de pesadillas, no es algo que los invitados parezcan ser conscientes.
En el curso de esa larga noche, las dos hermanas irán copando la escena. Clara con la exasperación que conlleva la responsabilidad y la necesidad de control, y Justine, con la inteligencia que porta la locura y que le permite proponer un camino más viable frente a la aniquilación total. Una cabeza flexible piensa caminos más atractivos que una atormentada que brega hacer lo correcto.
La versión personal del danés en este Apocalipsis es la de una colisión celeste dada por efectos digitales sorprendentemente encantadores y acompañado por la música Wagner que brindan una potente satisfacción estética cargada de simbolismos, bella fotografía e innumerables referencias a la historia del arte.
¿Cuántas películas existen sobre el fin del mundo o de los peligros de la destrucción masiva? Hollywood hizo decenas. Pero esta catástrofe es contada en escala íntima, vivido en el espacio de un castillo en el marco de la celebración de una fiesta íntima, la tensión sexual, en el drama de los primeros planos, en la crueldad de las pequeñas decisiones, en la suavidad de los gestos.
Una vez más, como el director ya había realizado en “Anticristo”, “Melancolía” resulta un teorema sobre el triunfo de la naturaleza por sobre la cultura con el fracaso de todas sus categorizaciones racionales, biempensantes y preñadas de futuro y previsibilidad. Por otra parte, si la mente humana es la fuente de la razón, también es el lugar donde anidan los espacios más hoscos y destructivos de las personas.
“Melancolía” es un bello ejercicio en el que Lars Von Triers hace de nosotros - espectadores y amantes de su filmografía - , lo que se le da la gana, dejando aquello que también invade a los personajes del film, en este caso principalmente a su protagonista: un oscuro sentimiento de insatisfacción. Emoción que se combina con un hondo fatalismo que nos envuelve en un profundo agotamiento y desazón. Melancolía.
Publicado en Leedor el 22-11-2011