Reflexiones y recuerdos emotivos traducidos con solvencia cinematográfica
Lucia Murat fue militante política en los ’70. Vivir en América Latina, ser joven, tener ideas políticas y militar activamente era una forma de vida para unos pocos valientes en una década signada por las dictaduras de ultra derecha. En esa época conoció a Vera Silvia Magalhaes, una revolucionaria de izquierda que participó en el secuestro del embajador norteamericano en Brasil. Años después, Lucia se inclinó por el arte para realizar un cine eminentemente político con, al menos, tres buenas películas: “Casi hermanos” (2004) narraba la historia de dos presos, uno por razones políticas y otro por robo. En “Tierra brava” (2001), presentada en Mar del Plata al año siguiente, se despachaba con una lectura sobre la conquista portuguesa. En “Doce poderes” (1997) abordaba el tema de los medios y la manipulación de las elecciones. Ésta última es, para quien esto escribe, su mejor realización aunque, salvo la de 2004 y la que nos convoca hoy, ninguna se estrenó oficialmente en Argentina.
Desde su apertura en “Memorias cruzadas”, Lucia Murat vuelve a la década del ‘70 que a esta altura conforma los cimientos donde se erige su cine. La información es de registro directo y con imágenes de archivo. Militancia de izquierda revolucionaria incluyendo la noticia sobre el secuestro del embajador.
Ya en tiempo presente, vemos a un grupo de hombres y mujeres, en sus cincuenta y tantos años, reunidos en la sala de espera de un hospital. Todos están allí por Ana. Su enfermedad los volvió a convocar luego de aquellos años de lucha armada contra la dictadura. Años de ideales y causas que hoy marcan el desgaste en sus rostros. Hombres y mujeres que hablan y discuten con la misma pasión de antaño. Pero se los ve cansados pese a los cruces de miradas. Todos hablan de y con Ana (Simone Spoladore).
Entre los muchos aciertos de “Memorias cruzadas” se aprecia el de proporcionar al espectador la información necesaria de cada personaje, pero rebotada en la juventud de Ana. Todos la ven joven, vital y decidida como en aquella época. Como si ella representara ese espíritu, ese fuego interior que nunca se apaga. Sólo entre ellos se hacen cargo del paso del tiempo, por eso los diálogos van actuando como un microscopio del pensamiento de cada uno conformando una radiografía casi perfecta de estos seres atravesados por un manto de resignación. De la misma forma, las nuevas generaciones también están representadas por el sobrino de Ana y un amigo, quienes se debaten entre una relación amorosa y la necesidad de entender de qué madera están hechos.
La directora se acerca a sus criaturas con planos cerrados a fin de lograr la intimidad necesaria para la reflexión, los recuerdos y la emoción, pero también recurre planos generales cuando el grupo debate acaloradamente. Gracias al nivel parejo del elenco cada palabra adquiere una significación especial que actúa como disparador en los personajes. También es cierto que los actores Irene Ravache, Miguel Thiré, Clarisse Abujamra, Hamilton Vaz Pereira y el resto; saben muy bien a qué juega cada uno. Como si ellos también hubieran sido parte de la historia verdadera. Esta naturalidad es acaso la virtud adyacente de una obra que llega hondo evitando pretensiones y golpes bajos. Podría mencionarse la presencia de Franco Nero como la menos expresiva en términos de lo que pide el texto cinematográfico. Por momentos pareciera tener alguna dificultad con el idioma, como si fuera una barrera invisible que se nota.
De todos modos “Memorias cruzadas” aborda con solvencia la temática y sale airosa de la difícil tarea de tener que narrar la historia como una mixtura en la que el texto es tan importante como la imagen.
Cuando el cine de contenido político es llevado a cabo con tanto compromiso, el beneficio es por partida doble: Disfrutar de ver buen cine y acercarse más a la historia.