El mito flotante
Existen varias maneras para filmar lo que ya no está, es decir hacer presente la ausencia y aquí es donde la directora brasileña Lucía Murat, en Memorias cruzadas, toma un rumbo por demás arriesgado al incluir en la reconstrucción de una ausencia el mecanismo del mito como esa imagen construida desde la fantasía o el deseo de quien la convoca para despojarla de todas aquellas impurezas que la vuelven perenne.¿ Acaso la memoria es la savia de lo perenne?.
Interrogantes de esta naturaleza atraviesan el universo del nuevo opus de la realizadora, quien recientemente ofició de jurado en el Festival de Mar del Plata, en consonancia con los tópicos que en su larga carrera viene explorando -este es su octavo film- y que se encuentran profundamente ligados a los roles de la juventud y de la izquierda en las épocas más feroces de la dictadura en Brasil.
Si bien no puede señalarse que estamos frente a un film de estructura coral, lo cierto es que los puntos de vista y la mirada sobre el pasado -siempre confrontada desde el presente- aparecen de manera fragmentaria y encarnizada en la voz, discurso y el pensamiento de un grupo de amigos militantes convocados por la figura de Ana, antigua compañera de lucha que en el presente se va disipando como su cuerpo que yace en una sala de hospital al que llegó por padecer un cáncer.
La Ana imbatible; vigorosa; carismática y decidida por convicción a llevarse el mundo por delante es aquella que deambula entre la realidad y la fantasía como ese fantasma cuya rebeldía no es más que aferrarse al recuerdo para no desaparecer. Y es esa quizá la mayor lucha que ese mito de Ana libra más allá del tiempo y del cáncer o de los psiquiátricos que laceraron su voluntad pero siempre convencida de que la batalla por lo que se cree valió la pena.
Vale la pena entonces el recuerdo no atado a la tristeza sino a la honra de un personaje que para la directora Lucía Murat encarna a un símbolo de la izquierda, Vera Sílvia Magalhães, a quién va dirigida la dedicatoria del film. Esa persona y no personaje es lo suficientemente influyente e importante para dejar su huella en cada amigo (un lujo la presencia de Franco Nero en el elenco), incluso superando una brecha generacional con los hijos de los que en un pasado fueron jóvenes revolucionarios, equivocados tal vez en haber pensado en el camino de la violencia ante una coyuntura aún más violenta pero con la suficiente capacidad reflexiva para admitir los errores.
Un mito no conoce de errores o por lo menos no hay nadie que lo someta a semejante fragilidad, por eso la Ana representada desde lo fantasmático jamás envejece y contagia esa energía de lo que perdura porque no cambia, como una gota de lluvia que se desliza por el cristal de la vida antes que el limpia parabrisas la arrastre al olvido en ese vaivén que pendula entre lo que fuimos y lo que dejamos de ser.