La guerrilla y las cosas por su nombre
Menos de lo que cabía esperar, pero mucho más de lo que aquí se hace, este film muestra cómo viejos izquierdistas brasileños se animan a la autocrítica y llegan a la duda, pese al amor y el orgullo por lo que hicieron cuando jóvenes. La directora, Lucía Murat, sabe de qué habla: ella integró el grupo guerrillero MR-18 cuando adolescente. Luego, tras la cárcel, fue periodista y cineasta.
No habla aquí de las tremendas torturas sufridas en prisión. Eso ya lo hizo en el documental "Qué bueno verte viva", donde reencontraba algunas compañeras sobrevivientes. Lo que ahora ofrece es una ficción, inspirada en las reuniones de viejos amigos en el hospital, cada vez que una de las ex militantes más famosas era internada.
Esa mujer, Vera Silvia Magalhaes, participó en el secuestro del embajador norteamericano Charles Burke Elbrick, a quien cambiaron por 15 presos, fue capturada, torturada, liberada con otros a cambio de un nuevo embajador secuestrado, ahora alemán, exiliada (pasó por la Argentina en 1973, huyendo de Chile a Suecia), y, tras unos años de trabajo, terminó jubilada por invalidez. Ya cuando la sacaron de la cárcel en silla de ruedas pesaba solo 37 kilos. Murió a los 53 años.
Murat no la menciona por el nombre, sino por sus dolores, sus varios maridos pese a los dolores, su espíritu animoso, la tempranísima lectura del "Manifiesto Comunista" a los 12 años de edad (así quedó) y alguna otra anécdota. Y tampoco la representa en agonía. Al contrario, la muestra en una eterna juventud, sonriente, contrapuesta a los demás, que fueron acumulando canas, panza y desazones. Pero ahora está en coma y los viejos camaradas le hacen el último aguante, bromean, recuerdan, sienten más cercano el cierre de una época.
En esas charlas de hospital, o en alguna reunión hogareña, cada tanto surgen recuerdos culposos, de crímenes cometidos por error o por fanatismo, incluso contra algún compañero que estaba flaqueando en sus ilusiones (algo que acá también se hizo pero pocos dicen). Surge además un raro agradecimiento: por suerte no triunfó la dictadura del proletariado. Y se advierte la falta de energía para defender a un "compañero de la revolución universal" cuando Brasil acepta el pedido de extradición de un viejo miembro de las Brigadas Rojas.
Personaje especial, ajeno a esas reuniones, un ex militante, ahora ministro de Justicia obligado a moverse entre viejos reclamos y actuales posibilidades. En Brasil recién el año pasado Dilma Roussef (también ex guerrillera torturada) logró que el Ejército deje de celebrar el golpe de 1964, que lo mantuvo en el poder durante 20 años. Y recién hace poco empezó a funcionar un comité de investigación, no vinculante, por crímenes de aquel entonces. Ese ministro es, entonces, un personaje interesante, aunque aparece poco.
Lo mismo, el Brigada interpretado por Franco Nero, con toda su máscara pero muy poca presencia y menos letra. En cambio, se pierde mucho tiempo con una trama secundaria, sin conflicto, que envuelve al hijo homosexual de una militante (quizá para atraer públicos nuevos). Aun así, una película que decide mencionar ciertas cosas por su nombre, y preguntarse si valió la pena tanta sangre, sin darle a esa pregunta una respuesta enfática. Para tener en cuenta.
Participación argentina: coproductoras, Felicitas Raffo y Julia Solomonoff (las mismas de "Historias que solo existen al ser recordadas", de Júlia Murat, hija de Lucía) a través de Cepa Audiovisual, fotografía de Guillermo Nieto, acabado de imagen y efectos en Mandragora Producciones, y aparición de Pablo Uranga como notero en una escena.