Octavo opus de Lucía Murat, cargado de historia reciente, debate generacional y reflexión sobre las acciones vividas por los revolucionarios en aquellos 70 que marcaron a fuego a Sudamérica. Nuevamente en rescate de la memoria, la directora brasileña nos trae una propuesta semicoral de corte ideológico y revisionario que reviste interés y promueve debate.
El libro cinematográfico de "A memória que me Contam" es de Murat y de Tatiana Salem Levy y está ambientado en el presente, e inspirado en la vida de Vera Silvia Magalhaes, quien participó en el año 1969 en el secuestro del embajador americano, convirtiéndose en una heroína de la izquierda combativa de esos tiempos.
La acción se centra en un grupo de viejos amigos, todos ex miembros de la resistencia radicalizada de Brasil, quienes se reúnen en el hospital al conocer la noticia que Ana (Simone Spoladore), la musa revolucionaria de los 70, se encuentra frente a su última batalla: desafiar la muerte y encontrar la paz en el ocaso de su vida.
Es el presente y todos estos hombres y mujeres tienen posiciones económicas sólidas, son exitosos pero aún mantienen ese discurso inflamable que los hace discutir y debatir sobre hechos presentes y pasados. Se juntan y tratan de acompañar a Ana, mientras ella se encuentra internada grave en el centro médico.
Es así que a través del relato de Irene (Irene Ravache), una directora de cine, se va armando un rompecabezas donde cada personaje aporta recuerdos, inquietudes, condenas, dolor y reflexión sobre lo que a ese grupo le sucedió en el pasado y cómo aforntar una serie de hechos que se instalan paralelos a la fase terminal de la enfermedad de su ex líder.
Hay una historia lateral, que también aporta al corazón del film y es jugada por el personaje de Paolo - el legendario Franco Nero - quien es un refugiado italiano, acusado en su país de haber participado en hechos de violencia en los años ´70, e involucrado con el grupo y su causa.
Murat ensaya ideas para explicar las acciones de sus piezas en este tablero con su solvencia habitual.
Acierta mucho (el tema interesa y es rico para analizar) pero también plantea posiciones discutibles que no se sienten bien en la butaca (la elección de mostrar el fantasma de Ana dialogando con sus amigos, abrumar con la belleza de Spoldaore que desdibuja su perfil ideológico y lo subordina a su magnetismo visual). Algunas historias que se presentan no revisten mucha profundidad (el hijo de Irene y su novio, la intriga política del ministro, etc) y el peso dramático de la película está en manos de Ravache, quien tiene un trabajo regular(luce desconcentrada y no logra transformarse en eje de la trama).
Sin embargo, el debate que propone, ese que se da no sólo en la pantalla, sino luego de su proyección, es lo más rico del film... Cuál es la manera correcta de revisitar esos hechos violentos frente a los procesos militares que regían las vidas de los sudamericanos en esos tiempos revolucionarios? Cuál es el precio que ellos pagaron por defender su ideal? Cómo viven estos años de burgueses quienes lucharon para no ser parte del sistema?
Más allá de nuestras propias respuestas, hay que reconocer que Murat hace un cine necesario que traza líneas para acercarnos a estos cuestionamientos. Propone películas para revisitar no sólo hechos de ese pasado tumultuoso, sino sus consecuencias en el hoy. Y si bien no logra a veces que sus relatos brillen, lo cierto es que no se puede negar que son necesarios.