El horror se nutre de los miedos de una mujer que ha sufrido mucho, y quiere reparar su vida emocional en una casa solitaria y antigua en la campiña inglesa. Todo parece casi perfecto hasta que la inquietud se instala con el miedo a lo oscuro, una fotografía majestuosa que convierte lo bello y bucólico en amenazante, el lujo en fuente de lo inquietante. El terror se instala a través del diseño de sonido que se nutre de los cantos antiguos corales religiosos en momentos precisos. Y la irrupción de hombres invasores en ese solitario mundo femenino. Ya sea como el recuerdo de un suicidio o el latido acelerado por el temor que que provocan apariciones masculinas. Desde un personaje salido de las leyendas populares paganas a un clérigo libidinoso, a un niño oscuro al dueño de casa siempre ambiguo. Todos ellos encarnados por un mismo y maravilloso actor Rory Kinnear, que aparecen para espantar a otra gran actriz como Jessie Buckley. En un género donde no abundan ni la creatividad ni la imaginación y casi todo se repite en fórmulas vistas hasta el hartazgo, la creación del director y guionista Alex Garland es bienvenida. Especialmente porque lo que propone es desafiante por sus implicancias, algunos hablan hasta de un terror feminista, otros del destino de los hombres en un mundo donde han perdido dominio y sentido. Lo cierto es que la escena culminante que raya en lo grotesco es tan desaforada como imaginativa, nacimientos y muertes envueltos en el delirio.