Una mujer trata de reponerse de una situación traumática yéndose a pasar unos días a una casa de campo, pero la situación allí la perturba aún más en este extraño film de horror psicológico del creador de «Ex Machina». Con Jessie Buckley y Rory Kinnear.
Películas sobre la violencia de género o las distintas versiones de la masculinidad tóxica parecen surgir a diario. Pero no debe haber muchas como MEN, la nueva película del escritor, cineasta y guionista Alex Garland. El realizador de EX MACHINA y ANNIHILATION utiliza los diversos motivos del género del terror (entre lo surreal, el folk horror y el clásico tono «casa embrujada») para traicionarlos un poco a todos y crear una suerte de manifiesto simbólico del terror –y la posible resistencia– que se le tiene a esa cosa llamada «hombres».
La historia es simple y perfecta para ser filmada en medio de las limitaciones pandémicas ya que la protagonista es prácticamente una sola –la gran Jessie Buckley– y apenas un par de actores más, uno de ellos interpretando a varios personajes o distintas versiones de uno mismo. Al primero que vemos aparecer en pantalla es a James (Paapa Essiedu), el esposo de Harper (Buckley), cayendo hacia el vacío en lo que parece ser un suicidio. Ella lo mira desde la ventana caer, ensangrentada, y poco tiempo después la veremos irse en un auto hacia la campiña británica mientras sigue sonando la misma, bella y críptica canción inicial.
De a poco la película irá reconstruyendo esa situación vía flashbacks pero todos entendemos rápidamente que lo que sucedió allí fue una experiencia traumática para la mujer, que acaba de alquilar un enorme caserón en Gloucestershire, de esas casas en medio de la nada que con solo ver un plano uno adivina que terminarán siendo escenario de algunas cosas raras. Su idea es trabajar, descansar y recomponerse, pero apenas el simpático y un tanto pesado dueño de casa (Rory Kinnear en el primero de sus muchos roles) se la muestra, con todas sus comodidades y lujos, sabemos que eso no puede terminar bien.
Ya en su primer paseo Harper se pierde, se topa con unas casas abandonadas y, a lo lejos, ve a un hombre calvo y desnudo que la observa fijamente. Lo perderá de vista, pero pronto el hombre volverá a aparecer y, resumiendo, digamos que será el primero de muchos (curas, policías, adolescentes, vecinos del lugar) que estarán rondándola con intenciones un tanto extrañas. Y todos estarán encarnados, con ayuda de efectos digitales, por el mismo Kinnear.
MEN juega con los recursos del género para trabajar todas las instancias institucionales de violencia masculina que las mujeres experimentan –o pueden experimentar– a lo largo de sus vidas. Desde maridos psicópatas a figuras de poder y autoridad que pueden dañarlas psicológicamente (o la han dañado), todos aparecen por aquí mientras la película de a poco se va trasladando a un escenario que es más mental que real, más manifestación física de un trauma que experiencia «verdadera».
En algún punto la película hará más evidente esa transformación, el paso de su versión más clásica del terror (mujer sola en una casa perseguida por uno o varios hombres) a una manifestación más extravagante, si se quiere, de ese espanto. El espacio se deforma, las personas también y en un momento estaremos claramente en esa cámara de torturas psicológicas que es la mente de la protagonista. O eso parece.
Ese giro es también uno de tono. Ya deja de ser una película que infunde susto en el espectador (el tradicional, digamos) y pasa a ser una en la que se trata de decodificar lo que está sucediendo o, dicho de otro modo, qué es lo que Garland nos está queriendo decir. Esa transición no será fácil y buena parte del público se quedará afuera de las decisiones más freak que toma el autor/director en la última etapa del film, pero sin duda son consistentes con el tema y el tono que viene proponiendo desde el primer minuto.
MEN es un show de Buckley y Kinnear. Ella, encarnando a esta mujer dolorida que trata de sacar fuerzas y hacerle frente a una situación que la abruma mental y físicamente, pero nunca interpretando a una víctima. Y Kinnear, metamorfoseándose en distintos personajes que pueden tener diferentes apariencias y personalidades pero todos tienen un mismo objetivo: hacerle la vida imposible a la chica desde ángulos y aproximaciones muy distintos también. Los «hombres» de Garland pueden parecer simpáticos, comprensivos, amables, agresivos o directamente creepies, pero siempre se las arreglan para infundir en ella incomodidad o, directamente, terror.
Más allá de lo que cada espectador piense respecto a las formas bizarras que va tomando el relato –en mi caso, yo aplaudo la decisión de Garland de salirse de la norma, aunque creo que no todas las elecciones tomadas allí funcionan– y de la metáfora central un tanto reduccionista de la propuesta, MEN tiene algunas ideas visuales muy creativas, una de las heridas a un brazo y una mano más dolorosas que recuerdo haber visto en mi vida, y un tono perturbador que no abandona nunca al espectador. Ese «miedo a los hombres» que muchas mujeres, y no solo mujeres, sienten a lo largo de toda su vida.