Una fantasía pesadillesca de Alex Garland
El director de “Ex Machina” filma los miedos de una mujer acosada por hombres en clave fantástica, llegando a límites extremos.
Men: Terror en las sombras (Men, 2022) propone una fantasía surrealista, una alucinación en clave bíblica sobre la violencia de género. Un relato potente, espeluznante, que atrapa por la manera hipnótica de filmar los espacios del director, semejante a Robert Eggers o David Lowery.
Si hay una película que tiene puntos semejantes con Men: Terror en las sombras es Madre (Mother, 2017) de Darren Aronofsky. Es que en su simbología bíblica radica todo el misticismo, el origen del mal explicado por el film. Aquí la protagonista es Harper (Jesse Buckley), una mujer perturbada por el suicidio de su marido luego de la separación de la pareja. Para “reponerse” del trauma se aloja en una casona en medio de la campiña británica. Un lugar idílico hasta que empieza a ser acosada por una extraña presencia masculina.
Al llegar a la propiedad Harper muerde una manzana de uno de los árboles linderos y todo el imaginario bíblico se activa en la película. El casero Geoffrey (Rory Kinnear), un hombre tosco de rostro extraño, parece replicarse en los otros personajes -todos varones- alrededor de la protagonista. Al dar un paseo por el bosque aledaño, el espacio es fotografiado con una belleza que se percibe artificiosa, casi irreal, dando cuenta del paraíso terrenal. Esta connotación adquiere formas monstruosas en los hombres producto del fruto del pecado. Una realidad distorsionada por su punto de vista afectado.
Alex Garland hace una película fascinante, demencial por momentos, brutal en otros (sobre todo al final), que propone un imaginario bestial en cuanto a las representaciones del miedo femenino. No se trata de otra cosa que del objetivo principal del cine de terror: crear las imágenes pesadillescas para escenificar los temores cotidianos.
Puede marcarse también que el film abuse del subrayado de algunas situaciones. El filtro rojo para teñir los flashbacks con su difunto esposo, la cruz caída detrás del cura local, explican por demás el derrotero de la protagonista. Sin embargo, es esa misma estética utilizada para transformar la realidad en una visión sórdida y tenebrosa del mundo, aquello que provoca el deleite visual y sonoro de su enrarecida trama.
Garland maneja con maestría los recursos del género, aunque parece distanciarse del susto fácil en pos de una fábula con moraleja. El cuento toma, como la protagonista, caminos imposibles de los que rara vez regresa, dejando al espectador a merced de esta fastuosa y arriesgada propuesta.