Compulsión ancestral
Alex Garland lleva la violencia de género al mito en “Men: terror en las sombras”, largometraje que se estrenó en cines. Calificación: Muy buena.
La dialéctica de género cobra visos ancestrales en Men, incursión en el terror pleno de Alex Garland. El director inglés deja de lado la dimensión tecnológica de Aniquilación o Ex Machina para sumirse en las profundidades del vínculo femenino-masculino, aunque remitiéndose a una sola mujer y a una parva de hombres que son el mismo.
Harper (Jessie Buckley), con nariz sangrante, vislumbra en un departamento de tonos rojizos y a través de la ventana cómo su marido James (Paapa Essiedu) se precipita hacia el abismo del inmueble. La película volverá una y otra vez a esa escena dramática en forma de flashbacks, alumbrando milimétricamente los forcejeos verbales y físicos de la conflictiva pareja.
En esa discusión vaga y entorno despojado, ya se torna visible el planteo abstracto de Men, una irrealidad tan alegórica como mental que pierde lazos con lo verosímil. El corrimiento es literal, en tanto la protagonista viaja sin más al campo a despejarse del trágico suceso, alojándose en una gran casona que regentea el bonachón Geoffrey (Rory Kinnear).
El aislamiento en la naturaleza, la cualidad antigua de la residencia y el árbol cuyos frutos prueba Harper meten de lleno a la narración en un terreno folklórico y casi bíblico, una fábula autista que se comprueba cuando la joven aún de gabardina urbana se para frente a un túnel y pronuncia su nombre, que le es devuelto en forma de eco.
En ese pasaje formidable –gesto de una atemporalidad digital amparada en la banda sonora de Ben Salisbury y Geoff Barrow (Portishead) y la fotografía de Rob Hardy–, la Caperucita ve a su lobo: un hombre desnudo que comienza a seguirla.
El acecho probará ser múltiple y mantendrá el semblante cambiante de Kinnear, quien interpreta entre otros a un sacerdote, un parroquiano o un adolescente con una careta pop de Marilyn Monroe, todos confabulados en atemorizar a Harper.
Si bien Men juega con los motivos del thriller aportando escenas de violencia, persecución, cuchillazos y llamadas de emergencia, centra su eje en un imaginario cósmico que le rinde tributo al doble altar del Hombre Verde y la Sheela na Gig, íconos de la Inglaterra pagana que parecen encarnarse en el binomio de este cuento de hadas minimalista.
Con inteligencia y algo de sátira, Garland envuelve un tema saturado de actualidad en el espíritu del mito, haciendo del tormento, la compulsión y la fascinación el germen de un nuevo ser.