Relato potente pero obvio
“Un buen nombre es lo más valioso que uno puede tener”, afirmaba la publicidad de un banco, estrenada justo cuando la economía argentina empezaba a colapsar, al final del gobierno de Raúl Alfonsín. El axioma permite pensar en el título local del último trabajo del inglés Alex Garland, Men: Terror en las sombras, que abraza dos tradiciones de larga data en el arte de rebautizar películas. Por un lado, el de la adenda, que le suma una frase explicativa que vuelve evidente algo que el autor evitó especificar en el original. Revelación que se encargan de realizar las palabras terror y sombras, para no dejar dudas del género al que la película pertenece. La segunda práctica es la de eludir la traducción del inglés, que acá opera en sentido contrario de lo anterior, evitando que el traspaso se vuelva demasiado indiscreto. Porque, sí, en inglés esta película solo se llama Men, es decir: “hombres”. La combinación de ambos elementos le da forma a un spoiler innecesario, que reafirma el valor de tener un buen nombre.
Harper es una mujer joven que enviudó de forma traumática, quien para despejarse y aliviar su espíritu decide pasar dos semanas en una casona antigua, en la campiña británica. Ahí conoce a Geoffrey, el casero, un tipo amable pero algo torpe debido a que, hombre de pueblo chico, no está acostumbrado a vincularse con extraños. Pese a la incomodidad, Harper está encantada con el lugar y su primer paseo por el bosque lindero lo confirman. Hasta que llega a un viejo túnel ferroviario en desuso, donde queda fascinada por el eco que se produce en su interior. Pero la repetición de sus gritos, lanzados a la oscura profundidad, acaba revelando una presencia al otro lado. Harper huye y cuando ya está a salvo descubre a la distancia la silueta de un hombre desnudo que la observa. Miedo.
Ese comienzo resulta clave para entender la lógica que motorizará a un relato que, con ayuda del título, también acaba volviéndose un poco obvio. Evidencia que la película disimula bajo formas preciosistas, detrás de un uso virtuoso del encuadre y de los movimientos de cámara que, como el eco, terminan volviéndose empalagosos a fuerza de insistencia. Eso no impide que la película resulte visualmente muy potente, inquietante por la forma en que Garland utiliza la luz o, al menos al principio, por el modo en que aprovecha el concepto de eco para hacer que todos los hombres con los que Harper se cruce en el pueblo no sean sino una copia ligeramente distorsionada del primero. Sobre el final, el uso del gore y el body horror también son destacables, pero siempre dejando la sensación de exceso y de que tal vez, como en el título, menos hubiera sido más. Concepto que también aplica al giro final que, subrayado por simbologías bíblicas muy claras, afirma que todos los hombres (varones) son en realidad el mismo, de Adán para adelante. Lo cual, como su nombre adelanta, reduce a Men a la categoría de panfleto Woke disimulado tras las sedas del horror artie.