La inquietante película sobre una mujer que quiere estar sola
Hay algo enrarecido, onírico, en las primeras imágenes de Men, la película del escritor y director inglés Alex Garland (Ex Machina, Anihilation). Las cortinas que dan una luz anaranjada, el río Támesis afuera, como al alcance de la mano, una mujer herida en shock, un hombre (luego sabremos que es su marido) que cae al vacío frente a ella.
Pero Harper (Jessie Buckley) no se despierta de ningún sueño. Lo que hace es escapar de ese golpe de la realidad para emerger en otra, acaso curativa. Una huida al campo, a la bellísima campiña inglesa, para instalarse en un antiguo cottage, una hermosa casa antigua en la que espera recomponerse.
Instalada, todo parece funcionar como ella espera: el silencio, el bosque verdísimo, el sonido de la lluvia, hasta que Harper descubre a un hombre que la observa. Un hombre completamente desnudo, que luego se le aparece en la casa e intenta entrar.
Queda claro pronto que lo que parece una historia de intrusión en la preciosa soledad de una mujer herida, deriva pronto en algo más grande. Una sensación ominosa difícil de definir pero que va adoptando diversas caras: las de los hombres que se cruzan en el malogrado retiro apacible de Harper, y que en ningún caso son lo que parecen. Ni el policía, ni mucho menos el cura, tampoco el dueño de casa, y claramente no el extraño muchacho (¿u hombre mayor?) que la insulta cuando ella se rehúsa jugar a las escondidas.
Pequeñas violencias más o menos sutiles pero siempre terroríficas, que parecen continuar la iniciada en aquella terrible escena inicial, corolario de una tormenta conyugal que se reconstruye en flashbacks. Estos son como interferencias de la vida real equivalentes a las que interrumpen la conexión con su amiga, cada vez más preocupada.
Como el comentario sobre la imposibilidad de que los hombres dejen en paz a esta mujer, que sólo quiere estar sola (vaya afrenta). Men es el despliegue de la pesadilla de Harper. Hacia un desenlace que guarda los mejores cortes de carne para el asador, en una especie de crescendo del folk horror (aquello de los grandes infiernos de los pueblos chicos), cruzado con el fantástico, el gore y el body horror. Y el humor negro.