¿Qué es lo más importante en una película de terror para ser considerada como tal?La respuesta rápida es que tiene que producir miedo. Sentir temor, asustarse, qué la palabra terror tenga un sentido. Claro que no es el terror que sentirán los personajes de la película, sino uno medianamente controlado y a la vez con la intensidad exacta para producir una versión suave de ese mismo horror. Nadie disfruta una comedia sin risas y nadie debería llamarle película de terror a algo que no asusta. Tanto la comedia, como el terror, dependen de gustos y sensibilidades. Pero en ambos casos son construcciones que logran una respuesta muy clara cuando funcionan. El terror es un género muy amplio y variado, pero no hay que perder nunca esa idea inicial. Men (2022) es una película de terror justamente por ese motivo. Su capacidad de producir angustia y terror es particularmente efectiva. Incluso se puede decir que tiene una capacidad de asustar sin sobresaltos, lo que cala más profundo en la mente del espectador.
Como otros grandes films de terror como El bebé de Rosemary o El exorcista esta película parte de una vulnerabilidad muy concreta de su protagonista. La puerta de entrada para que lo irracional se apodere de su vida y la obligue a dudar de todo. Harper (Jessie Buckley) ha sufrido una tragedia personal que la atormenta y ha decidido dejar la ciudad de Londres donde vive para retirarse a un bello caserón en la campiña inglesa. Los amantes del cine de terror inglés reconocerán en esa locación el espacio perfecto para que todo se vuelva siniestro y perturbador. Harper, sin embargo, sólo ve en ese lugar los hermosos paisajes y la paz lejana a la gran ciudad. Luego de conocer al casero algo excéntrico quedará sola y en su primera salida a caminar ya se cruzará con el terror. Así, a pleno día, lo que es aún peor para el espectador, claro.
Men es una película despareja, pero no por error, sino porque el director Alex Garland juega a varios niveles al mismo tiempo, triunfando más en unos que otros. Lo que es una perfecta historia de terror tradicional guarda también dos costados más, por un lado los mitos antiguos de las antiguas leyendas y por el otro la tesis del director acerca de los traumas y cómo intentar sanarse. Hay entonces puro terror, algo de mitología y finalmente una metáfora bien al uso de los tiempos que corren. Las tres cosas conviven, a veces potenciándose, a veces quitándose valor. Aun con todos sus defectos es mucho más cine que el promedio de lo que se ve, en este género o en otros.
Volvamos entonces al comienzo. Garland tiene la capacidad de filmar escenas que parecen sacadas de las pesadillas. Como si hubiera relevado los terrores de las personas y los hubiera puesto todos juntos. Esta película es casi un boleto asegurado para tener pesadillas durante varias noches. Aunque el director sabe lo que hace y el espectador responde a una película, lo que Men consigue es realmente aterrador. Tiene muchas escenas sin diálogos, momentos totalmente visuales, situaciones que al no lograr racionalizarlas tienen un efecto profundo en espectador. Juego con el suspenso y el misterio, pero también con la violencia y el gore más sangriento. Todo se da cita, el temor más refinado y por supuesto el asco. Nada peor que asustarse y no entender el motivo. Queda una sola puerta de salida para escaparse y es cuando la película empieza a descontrolar y multiplica sus ideas al límite. Más cerca de David Cronenberg que del cine de terror más tradicional, pero sin abandonar el cine de terror británico de la década del setenta.
Cuando la película decide que todo se esfuerzo sea finalmente un concepto ideológico -algo que por otro lado anuncia en el título- entonces, curiosamente, la película se vuelve algo ridícula e incluso graciosa, pero es como la explicación al final de Psicosis (1960), el daño ya está hecho y olvidarse de lo que hemos visto no ocurrirá tan fácilmente. Men mete miedo, literalmente, y es posible que nos aceche en la memoria durante mucho tiempo. Cada espectador deberá decidir si se atreve a verla o no.