Una lograda fábula sobre la fe
El documental se apoya en imágenes poéticas de montañas, salinas, espejos de agua y paisajes del noroeste argentino.
Un joven aplaude en la puerta de una construcción colonial en la Puna y grita “¡Mensajero!”. Al rato, un monje abre la puerta y el mensajero le avisa el cambio de horario de una procesión. También le cuenta que ese es su último recado, porque piensa probar suerte unos meses trabajando en las salinas. El monje bendice su elección y se despiden.
Al director Martín Solá ( Caja cerrada ) le alcanza este primer diálogo, a casi diez minutos del inicio de Mensajero , para presentar el viaje que emprenderá el protagonista Rodrigo y también cuál será el tono de un relato donde, casi sin diálogos pero atestado de imágenes deslumbrantes, trabajo y religión van mezclándose todo el tiempo.
El cineasta vuelve literal esa combinación sin necesidad de palabras, en admirables imágenes en blanco y negro del noroeste argentino, cuando cielo y tierra se confunden en el vagabundeo de las nubes por la montaña.
Mensajero está repleta de planos como estos, donde la cámara transmite una sensación pictórica al quedarse embelesada con una imagen un tiempo prolongado. El movimiento se produce dentro del plano, ya sea por los nubarrones, el vaivén en el reflejo del agua, el paleo en la salina o una topadora cargando un camión con sal, sin que la cámara ose conmoverse. Estas decisiones formales de Martín Solá son alegóricas en Mensajero , porque el viaje que emprende Rodrigo y sus razones importa mucho menos que el movimiento interior del protagonista.
El cineasta expresa el atribulado camino de Rodrigo hacia la iluminación, resaltada gracias a esa economía de colores de la película, en la progresión entre la oscuridad de los planos iniciales de Mensajero y la luz que brilla en las salinas en los últimos minutos. La película se apoya en el magnetismo poético de sus imágenes para construir una narración ensoñada donde el relato rara vez avanza gracias a la palabra.
Como cielo y tierra en las seductoras imágenes de Mensajero , ficción y documental también se funden hasta volverse indivisibles en su narración.
No es difícil descifrar a qué registro pertenecen buena parte de las imágenes de Solá, pero es una tarea insustancial en una película que, con muy poco, construye una fábula sobre la fe y, al mismo tiempo, documenta la precariedad del vivir en el norte argentino.
El cineasta se transforma en ese mensajero de pocas palabras, que no le otorga tanta importancia al contenido del mensaje como a la manera de transmitirlo.