Mente implacable

Crítica de Ezequiel Boetti - Otros Cines

Con la dignidad de la vieja escuela

Kevin Costner y Tommy Lee Jones tuvieron su época de gloria en la década de 1990. Lo mismo podría decirse del modelo narrativo que hibrida suspenso con acción y algunos tintes de thriller psicológico, y del cual Mente implacable se apropia para redondear un film que no será buenísimo, pero cumple con eficacia sus módicos objetivos.

Dirigida por Ariel Vromen (The Iceman), Mente implacable, genérica traducción local del mucho más poderoso Criminal original, comienza con la persecución del agente Billy Pope (Ryan Reynolds), a quien buscan para saber dónde ocultó a un hacker conocido como El Holandés, con el que negoció protección. La situación termina con Pope muerto y la agencia timoneada por el personaje del siempre eficiente Gary Oldman al borde de perder la pista. Salvo que logren extraer información del cerebro de Pope.

La idea del Doctor Franks (Tommy Lee Jones) es hacer una transferencia neuronal desde el cerebro de Pope, activo gracias a una serie de estímulos eléctricos, a uno ajeno. Pero no a cualquiera, sino a uno que cumpla con requisitos poco habituales, tal como el del preso de máxima seguridad Jericho Stewart (Costner). El resultado de la operación es a priori exitoso. El problema es que Jericho podrá ser cualquier cosa menos un hombre fácil de controlar, y decide utilizar toda esa información para beneficio propio.

El film no está producido, ni guionado, ni dirigido por Luc Besson, pero tranquilamente podría pertenecer a su factoría. Es, al fin y al cabo, un film de acción básico en su premisa y directo su desarrollo, con un antihéroe atribulado por su pasado que circula por las márgenes de una ciudad europea (en este caso Londres) con todo el aparato policial detrás, movido por el sentimiento de protección a una familia. Familia que en este caso no es la propia, sino la Pope.

Vromen hilvana las distintas subtramas (el derrotero de Jericho, la búsqueda del El Holandés, sus amenazas a la alteración de la geopolítica mundial) con soltura, eficacia y tensión trepidante. Ese oficio y el aplomo de un Costner liberado de la trascendencia de varios de sus personajes emblemáticos convierten a este film en un digno exponente de un cine que, aun cuando no esté en plena vigencia, todavía tiene cosas para dar.