Tengo la cabeza loca
Habría que hacer un estudio sobre cuántas veces le han practicado en sus películas al bueno de Ryan Reynolds operaciones extrañas a lo largo de toda su filmografía: tanto en In/mortal, como en Deadpool y ahora en Mente implacable Reynolds acude a la sala de operaciones para que le hurguen de mala manera y le cambien el cerebro o le metan superpoderes. En esta ocasión da vida a un agente de la CIA que es abatido en una operación encubierta. Antes de que sus recuerdos y vivencias profesionales pasen a mejor vida los Víctor Frankenstein de turno deciden extraerle todos sus recuerdos y traspasarlos a la cabeza de un exconvicto peligroso, uno de esos criminales en potencia a los que soplas y ya te están arreando.
El cartel de actores que aparecen en la película es de los que quitan el hipo por su perfil alto: el citado Ryan Reynolds, Kevin Costner, Gary Oldman, Tommy Lee Jones, Alice Eve… incluso aparece por allí nuestro Jordi Mollá como villano de la función, un malvado que no pasará precisamente a la historia de los antihéroes dado su propensión al histrionismo y a la exageración. Quien lleva la batuta en el desarrollo argumental es Kevin Costner, recién salido de su participación en la megataquillera Batman V. Superman: el origen de la justicia. Se pasa media película con la mano en la nuca tocándose la cicatriz fruto de la laboriosa operación, y la otra media dando mamporros y huyendo de la injusticia en una serie de continuas persecuciones a pie o en vehículo más o menos afortunadas.
Aunque lo que nos propone el guion (firmado a cuatro manos por los veteranos Douglas Cook y David Weisberg, responsables entre otras de Doble riesgo y La roca) no sea precisamente algo muy original (esta historia la hemos visto mil y una veces y la seguiremos viendo hasta que Hollywood desparezca) la acción entretiene y el ritmo no decae en ningún instante. Otra cosa es que a uno le guste otro tipo de cine más reflexivo o que al menos tenga cierta base empírica. Aquí ni lo uno ni lo otro. El libreto no admite una segunda lectura donde quedarían claras todas sus fisuras, y además la sinrazón de su planteamiento (a lo loco y con la mente de otro) se acentúa en un desarrollo convulso donde nada tiene ni pies ni cabeza. El protagonista, como si del Doctor Jeckyll y Mr. Hyde se tratase, a ratos se comporta de manera educada y en otros momentos se le cruzan los cables y se vuelve violento e inestable.
El director del film, el israelita Ariel Vromen, ya ha demostrado con creces en sus anteriores trabajos tener al menos buen pulso a la hora de inyectar adrenalina a sus rocambolescas narraciones. En Iceman, por ejemplo, nos explicó a base de peleas y explosiones la doble vida de un padre que por la mañana era padre de familia y por la noche un temible asesino a sueldo. Pero poco más se le puede pedir. Mente implacable se ve de un plumazo y se olvida más rápido de lo que tarda Jericho Stewart, el héroe de la función, en dejar atrás su turbulento pasado a base de pastillas milagrosas.
En definitiva nos hallamos ante un curioso híbrido que se mueve de manera solvente entre géneros aunque seguramente no acabe de contentar ni a los amantes de la ciencia ficción ni a los seguidores de los thrillers de acción al uso., ya que no se toma en serio ni a unos ni a otros. Pero algo de bueno tendrá el asunto cuando sus casi dos horas de metraje se pasan como un suspiro.