Mente implacable

Crítica de Jesús Rubio - La Voz del Interior

Memorias de un asesino

Mente implacable es una película que combina acción y ciencia ficción para contar la historia de un condenado a muerte que tiene otra oportunidad.

"Si me lastimas, yo te lastimo más”. La primera frase de Mente implacable condensa el espíritu y la filosofía del cine norteamericano de acción, en el que siempre está la doble apuesta, el ir por más, el ser más violento, la venganza como única posibilidad.

Es en esta tradición en la que la película de Ariel Vromen se hace fuerte. El máximo acierto del filme, protagonizado por Kevin Costner y con un elenco de estrellas consagradas (Gary Oldman, Tommy Lee Jones y Ryan Reynolds), es esa fusión de tradiciones y géneros que tan bien les sale a los norteamericanos, dando como resultado una especie de ciencia ficción de acción (Terminator, Misión imposible, Búsqueda implacable).

El cine de acción tiene que ser una fiesta y no tiene que tomarse tan en serio (aunque se tiene que hacer con seriedad) y la sangre debe chisporrotear hasta la platea y las explosiones deben ser estruendosas y la balacera debe ser vibrante y las persecuciones en auto deben ser vertiginosas aunque duren poco. Mente implacable no sólo cumple con los requisitos sino que, además, pega duro sin vacilar.

La cámara de Vromen se centra en la acción y los movimientos de los personajes cuando lo tiene que hacer, y da paso a la violencia más extrema en el momento justo. Tampoco escatima en esos lugares comunes necesarios para bajar un cambio (la incorporación de la mujer hermosa y la hija a las que hay que proteger por sobre todas las cosas).

Jericho (Kevin Costner) es un criminal condenado a muerte, un inadaptado que desprecia a la humanidad. La CIA lo somete a un experimento, le trasplantan la memoria de uno de sus agentes recién fallecidos para una misión. Debe atrapar a un hacker (Michael Pitt) que tiene una clave para activar unas armas nucleares. El problema es que el verdadero malo de la película, “el anarquista”, lo quiere encontrar primero.

En la cabeza de Jericho empiezan a convivir dos memorias, la de Bill (Ryan Reynolds) y la de él. Es una lucha de recuerdos y personalidades constante. Jericho comienza a hacer la rutina de Bill, hasta que va a la casa de su esposa. Sí, las actuaciones son un tanto melosas pero respetan la convención del momento cursi (si fueran creíbles desentonarían con la propuesta general).

El giro de la película tiene que ser necesariamente conservador, para que el círculo sea perfecto. Jericho empieza a sentir como Bill. No pretende ser un héroe, y adentro suyo sabe que lo más importante es el corazón de una chica.