Súper poderes… predecibles.
Nos encontramos ante una nueva transposición de una novela enfocada a un público adolescente -en este caso una trilogía- a la pantalla grande. Hablamos precisamente de The Darkest Minds, escrita por Alexandra Bracken. Sumamos a este combo la intervención de Shawn Levy, uno de los productores de la serie de culto Stranger Things, y se plantea una conjunción que promete ser interesante.
La historia se sitúa un futuro distópico no muy lejano, momento en que un virus mortal extingue al 98% de los niños del planeta. Solo sobrevive un grupo que ha desarrollado poderes como la telekinesis, que puede manipular electricidad, adquirir una súper inteligencia, o en el peor (y mejor) de los casos controlar mentes. Por este motivo, y por gran temor, el gobierno decide intervenir encerrando a estos niños a una suerte de campos de “rehabilitación”, donde son clasificados por colores y nivel de peligrosidad.
Ruby (Amandla Stenberg) es la protagonista de este relato, que tras estar años confinada a un encierro tiránico, decide escapar. Por cuestiones del azar se unirá a un grupo de jóvenes fugitivos con sus mismas condiciones: Liam (Harris Dickinson), Chubs (Skylan Brooks), y la pequeña Zu (Miya Cech). El grupo súper especial, establecerá una especie de vínculo fraternal (historia de amor incluida), tratando de sobrevivir al caos social imperante.
¿Los juegos de hambre? ¿La saga Divergente? Si, más allá que coincide su protagonista, Mentes Poderosas tiene el mismo código genético de estas sagas, por eso larga un cierto tufillo a fórmula repetida. Sociedad distópica, adolescentes que implican una amenaza latente, una pizca de súper poderes… y voilá. Pero la propuesta simplemente no funciona: la acción es algo descabellada; se plantean varias líneas narrativas, de entrada, de forma torpe y apresurada; no hay espacio para generar empatía con los personajes; y por momentos es anticlimática.
Vale rescatar la actuación de los jóvenes, que ante este tsunami de variaciones rítmicas y temáticas, demuestran tener química en pantalla. Una primera entrega que no aporta nada novedoso al género y suaviza el flanco dark, llevándolo al terreno del drama. Sin dudas falta una dosis de audacia para que la rebelión juvenil que se plantea la cinta se ponga en marcha.