Si bien hay apenas pocos años de diferencia, The Darkest Minds se siente como una película de otra época. Una que llegó tarde al boom de las adaptaciones de series literarias para jóvenes adultos, que hace menos de un lustro eran codiciadas como el oro por los estudios y que ahora ni siquiera se las escucha nombrar. Por cada Harry Potter, The Hunger Games o Twilight que brilló en la taquilla mundial, hay decenas de franquicias truncas que no pasaron de la primera entrega o que arañaron apenas lo suficiente como para justificar una segunda. No es que el sub-género esté definitivamente muerto. Este es un ejemplo que demuestra que estas transposiciones seguirán haciéndose, seguro que con menos voracidad que antes. Algo que ya se avizoraba con los moderados éxitos de The Maze Runner –decreciente en su recaudación con cada entrega pero que completó su trilogía- o la abandonada Divergent, que ardió un poco y se consumió con rapidez, alimentada por la ambición de un estudio que ahora no resuelve cómo terminarla. Y la mención a esta última no es casual, ya que The Darkest Minds toma algunas páginas prestadas de su libro.