Para Robert Miller (Richard Gere), lo más importante es la familia. Lo dice frente a la torta de cumpleaños, rodeado de afectos que él toma con varias salvedades, ya que el hombre se toma todas las libertades, en el matrimonio, en la empresa, en los negocios, y ante el fisco.
Mentiras mortales (El fraude) de Nicholas Jarecki expresa la cuestión a través de todos los primeros planos posibles de Richard Gere que luce venerable, atractivo y completamente hipócrita.
La vida del multimillonario se desarrolla sin sobresaltos, bajo control, hasta que un accidente lo involucra y pone a prueba sus reflejos para eludir la justicia. La película tiene ritmo gracias al montaje que acompaña el nerviosismo de Miller, metido hasta el cuello en una transacción que salió mal y cuyo costo no piensa asumir.
El actor demuestra, además de la fotogenia que lo mantiene intacto frente a su platea de fans, la destreza para exponer el rostro a las mentiras sin mover un músculo. Su personaje es de la clase de hombres entrenados para eso. Acompaña a Gere, Susan Sarandon, una actriz que brilla aun en el papel gris de la esposa. Sarandon marca las transformaciones con ductilidad: apenas el cambio de tono, el énfasis en una palabra; una mirada mientras camina en la cinta. Tim Roth, como el detective Michael Bryer, crece en el personaje armado con los detalles de un buen cliché. Quiere cazar al poderoso y toma un atajo. La relación bien podría ser el inicio de una serie televisiva.
La trama incluye la típica relación sentimental y financiera del mecenas con la artista. Laetitia Casta en el rol de Julie aporta un poco de sensualidad y funciona como la chispa que hace estallar la bomba que Miller oculta desde hace tiempo. Pero los sentimientos no son el foco de la película que se concentra en esa especie de cacería en ambientes sofisticados.
"Estoy en mi camino. Soy el patriarca", dice Miller a su hija Brooke (Brit Marling). La actriz se pone en el rol de la joven brillante, que se cree socia de su padre, cuando es empleada. Así están las cosas entre el magnate y la chica que descubre que los números también pueden esconder el rostro más vergonzoso de su padre venerado. "Rompiste el corazón de nuestra hija", dice la esposa a Miller. La línea daría risa si no fuera Sarandon la que enaltece semejante afirmación.
La película equilibra los conflictos, con Miller caminando nervioso sobre las aguas del poder. En el rol de Jimmy, Nate Parker es el exconvicto de Harlem, ‘el negro de Miller', como dice el detective. Hay ahí un apunte sociológico bastante simplón. "Él no es como nosotros", dice Miller a su abogado, dando por descontado que el chico (negro, pobre y con pasado criminal) es confiable.
Mentiras mortales funciona como una descripción cínica y superficial de la relación entre dinero y justicia. El mensaje inquieta: donde hay dinero no queda lugar para la justicia. La historia, a pesar de la obviedad, incomoda, porque el mensaje jugado por un elenco con oficio, pone un poco de adrenalina al guión que parece pensado sólo para pasar un buen rato.