Soccer Story
Escribir sobre Metegol no es algo para ser tomado a la ligera (“un gran poder conlleva una gran responsabilidad”, se escuchó alguna vez en pantalla). En principio, porque estamos ante el nuevo film (y el primero en el campo de la animación) de Juan José Campanella, el director más exitoso y de mayor proyección internacional (sobre todo, después de haber ganado el Oscar con El secreto de sus ojos) que tiene el cine argentino. Es, además, la apuesta más arriesgada desde lo financiero (20 millones de dólares de presupuesto) en la historia de la industria audiovisual local. Por eso, la película amerita (exige) un análisis con múltiples aristas: artísticas, por supuesto, pero también en términos de lo que significa para el negocio (un aspecto que puede no interesarle demasiado a muchos lectores, pero que a mí me apasiona).
Lo primero que hay que decir es que estamos ante un impecable producto de animación. Podrá argumentarse con no poca razón que el 3D aquí no agrega demasiado, que Campanella y equipo gambetearon (sí, ya empiezo con las metáforas futboleras) escollos muchas veces insalvables para los animadores como escenas con agua o con fuego (reconocer las limitaciones es también una señal de inteligencia), pero con Metegol la animación argentina -con el aporte de artistas extranjeros, claro- juega por primera vez… en primera (otra).
En otras palabras, la película -con sus secuencias ambientadas en basurales, parques de diversiones, laboratorios genéticos, mansiones, plazas de pueblo y un desenlace en un gigantesco estadio- puede venderse y verse sin vergüenza en cualquier rincón del planeta. No digo que tenga el nivel de preciosismo, la capacidad de detalle o el acabado de un largometraje de Pixar, pero en comparación con cualquier film animado vernáculo es un salto directo a la estratósfera.
Y hablando de Pixar, Metegol recupera en su planteo el espíritu de la saga de Toy Story (el propio director de El mismo amor, la misma lluvia y El hijo de la novia la reconoció como una de sus favoritas) con los jugadores de metegol (como allí eran los juguetes) cobrando vida para ayudar a un niño/muchacho que los ha querido obsesivamente durante años. Pero no estamos ante un mero homenaje / reciclaje porque Metegol es una historia 100% Campanella, con todo lo bueno que eso puede significar para muchos (y lo malo para algunos otros).
Las miradas sobre la familia (sobre todo la brecha generacional que se percibe en la relación padre-hijo que enmarca el relato), sobre la irrupción del “progreso” que propugna el capitalismo salvaje (arrasador de las tradiciones, como el viejo bar del pueblo donde transcurre la primera parte de la película), sobre la dictadura del marketing y el culto a la personalidad en el fútbol (puesto en la contradicción entre un malvado astro egocéntrico y despótico a-lo-Cristiano Ronaldo versus el espíritu delirante y amateur del personaje aforista / filósofo / cósmico / místico que “interpreta” Horacio Fontova con un look que combina a Luque, Tarantini y Valderrama) o sobre la superación individual en el marco de un proyecto colectivo por parte de los más débiles (perfectos antihéroes) son de un campanellismo “de manual”. En este sentido, podría definirse sin caer en simplificaciones ni exageraciones a Metegol como una versión animada y con llegada infantil de Luna de Avellaneda.
Si Luna de Avellaneda -la película más cuestionada de una filmografía como la de Campanella que ha dividido de forma irreconciliable a fans y detractores- es el modelo más cercano de Metegol, es probable (y ya pasó con las primeras reacciones en Twitter) que vuelva a generar un debate encarnizado. Pensé que en el marco de un film animado de consumo popular esa tensión, esa irritación que a muchos les genera el espíritu campanelliano (esa veta nostálgica, esa reivindicación de los valores “fundacionales”), iba a diluirse, pero -para bien o para mal- estamos ante un Campanella en toda su dimensión artística e ideológica.
Si bien los aportes de Fontanarrosa (autor del cuento original que sirvió de inspiración) y del coguionista Eduardo Sacheri (un escritor que conoce mucho el ambiente) le otorgan al film cierta impronta futbolera, Metegol no es en absoluto una película sobre fútbol sino más bien sobre el amor, la camaradería, la lealtad, la superación (el protagonista es un manojo de traumas e inseguridades) y la posibilidad de la redención.
En el terreno comercial será bastante difícil (todo un desafío de marketing) convencer a madres e hijas de que Metegol es también una película para mujeres (aparece en primera instancia como la salida perfecta de los papás con sus hijos varones). El otro inconveniente es la argentinidad al palo que en muchos sentidos la película retrata. Es cierto que los temas básicos que aborda son universales y que el doblaje “neutro” barrerá con todos los localismos, pero vender un film “sobre fútbol” y “bien argentino” en el exterior (sobre todo en los Estados Unidos, la cuna de la animación) sigue siendo una proeza, incluso con el sello Campanella incorporado.
De todas maneras, más allá de las citas cinéfilas obvias (desde 2001, odisea del espacio en el arranque hasta muchos momentos con espíritu de western) o de los personajes secundarios estereotipados (el gordo dueño del bar, los gallegos, el cura, el policía, el ladrón, el ciruja borrachín, los jubilados conservadores), el “cuentito” (que, se sabe, sigue siendo lo esencial) funciona durante buena parte de los 100 minutos. “Creer para ver”, es el leit-motiv que utiliza el director en el film y algo de eso hay en el universo de Campanella. Creer.
Si a la indudable solvencia narrativa se le suman los hallazgos de animación (jamás el cine argentino logró semejantes movimientos corporales o tanta inventiva visual en sus distintas escenas) estamos en presencia de un producto más que digno y con inexorable destino de éxito masivo. El resto quedará para que nosotros, las minorías cinéfilas / intelectuales / twitteras, sigamos discutiendo sin ponernos de acuerdo. Campanella, está claro, lo hizo de nuevo.