La trampa del Offside
La posición de Juan José Campanella en el cine argentino actual es claramente adelantada. Amparado en el colchón del Oscar tiene el raro privilegio de poder hacer la película que quiera y como quiera. Y desde ese lugar se la juega por un proyecto cuya escala no tiene antecedentes en la industria local. Todo esto genera que se hable mucho más de la competencia con Pixar, de los 20 millones gastados, del muy probable éxito de público, que del contenido de la película en sí.
Un lugar similar, salvando las distancias, es el que ocupa James Cameron en Hollywood. Avatar fue un eficaz entretenimiento, visualmente asombroso, que caía en la insalvable contradicción de denunciar el tecnocapitalismo utilizando las mismas armas que condenaba.
Algo de eso hay en Metegol, una reinvidicación del los valores “de siempre”, una apuesta nostálgica por el pasado que la conecta inmediatamente con todo el trabajo previo de Campanella, en particular con Luna de Avellaneda, una idea algo difusa de lo que significa sostener la tradición ante el peligro de las nuevas reglas que impone el mercado.
Se ha hablado de la obvia relación de esta película con Toy Story (el mismo director la cita como referencia), también hay ratas y personajes pequeños que guían a otros mayores como en Ratatuille, pero la comparación más atinada con un producto de Pixar quizás sea Cars, cuyo nostálgico centro de pueblo abandonado a su suerte tiene más puntos de contacto con este trabajo. Un trabajo que, hay que decirlo, está a la altura de las circunstancias en todo lo que hace a los rubros técnicos.
Una factura llena de aciertos para una trama algo superficial y esquemática, donde los buenos son buenos porque mantienen su fidelidad incondicionalmente y los malos son malos porque así nacieron y eso hizo que se dejaran tentar por las mieles del marketing. Y como en otros trabajos anteriores del mismo director, los que hacen trampa son los buenos. Ya había pasado en El secreto de sus ojos, otra película de un extraordinario nivel técnico, pero narrada con una fluidez que ahora se extraña. Allí el personaje interpretado por Pablo Rago hacía justicia por mano propia. En este caso sucede lo mismo, el capitán del equipo de metegol (otra vez Rago) cobra vida e interviene en un partido real molestando a los malos para darle alguna chance a los buenos, que por supuesto igual tienen todas las de perder. El fin justifica los medios. Mensaje ciertamente peligroso para una película destinada al público infantil.