Con la sola pasión no alcanza
“Metegol”, la nueva película animada en 3D de Juan José Campanella, fue pensada más a partir de una historia enmarcada en los estándares de un cine mainstream que del propio sistema narrativo que identifica la filmografía del realizador.
Veinte millones de dólares. Esa es la cifra utilizada para hacer Metegol, el reciente opus de Juan José Campanella (El hijo de la novia, 2001, Luna de Avellaneda, 2004) quien, a no dudarlo, gracias a su oscarizada El secreto de sus ojos fue capaz de conseguir una financiación impensada hasta para cualquiera de los realizadores argentinos más taquilleros. Y es que llevar a cabo un film animado en 3D con el nivel de despliegue de cualquier producto de las factorías Pixar o Disney –tuvo supervisión en animación del creador y productor de Mi villano favorito–, no iba a costar menos; rápidamente se evidencia que el contingente aplicado en esas lides suma mucho más que dos (se menciona la friolera de 300 personas) y a juzgar por la calidad obtenida es dable pensar en un gran equipo de expertos. En Metegol esta faceta, la de lograr una efectiva demostración de que con la técnica adecuada puede hacerse un film que nada tiene que envidiar en estructura al de las industrias hollywoodenses, parece ser el motor del relato o por lo menos el eje sobre el que se quiso hacer girar la historia opacando, por consiguiente, los componentes narrativos, que no pasan por otro lugar que no sea el remanido enfrentamiento entre los (anti) héroes que buscan el bien contra los villanos de turno, que aquí se presentan “exitosamente” malvados.
En efecto, el argumento de Metegol parece armado para encontrar el favor del gran público –en este caso el de un gran público decididamente más universal puesto que tuvo producción de España, India y Canadá–, desdeñando los atajos que hubieran perfilado una historia más rica y elaborada; hasta se prescinde de algunos componentes deudores del sistema narrativo del propio Campanella, a saber: el universo de las comedias dramáticas costumbristas e irónicas donde los sucesos que envolvían a los protagonistas ponían de manifiesto, además de ciertos valores intrínsecos fundados en la dignidad y el don de espíritu que movían sus intenciones, una serie de requiebros y contradicciones que –aunque sólo fuesen visible por momentos– los enriquecían a la vez que matizaban el desarrollo de las historias.
Es entonces, otra vez a no dudarlo, que una producción costosa tiene generalmente los precisos objetivos de agradar a todo el mundo, es decir, tiende a ser complaciente, Y si bien es innegable que el cine de Campanella nunca se propuso otra cosa –o por lo menos nunca se notó– que la de construir productos pasatistas con algunos aciertos (El secreto de sus ojos amenaza con prometedoras variables en su primera parte que luego se eclipsan paulatinamente), eso mismo denotaba una marca de origen que le daba identidad. En cambio Metegol en su ostentosa factura y en su chatura argumental hacen invisible ese origen más allá de cierto “acento” nacional puesto en el fútbol y la pasión que despierta esa práctica.
metegol
Basado en el cuento corto “Memorias de un wing derecho”, del Negro Fontanarrosa, que integra el volumen El mundo ha vivido equivocado (1985), Metegol se inicia con una secuencia que remeda el comienzo de 2001 Odisea del Espacio, con monos que gambetean el esqueleto de un cráneo con el estentóreo compás de la música de Richard Strauss detrás y se apasionan con el deporte que descubren; luego la acción se sitúa en un paisaje urbano ignoto, que podría ser cualquier ciudad del mundo, incluso una estadounidense, en la que un hombre afecto al metegol va a contarle una historia a su pequeño hijo sobre Amadeo, un crack del metegol que vive en “otra ignota ciudad de provincias” al que nadie puede ganarle –sus jueguitos con la pelota son captados espléndidamente por la técnica en 3D– y que se granjeará el odio visceral de Grosso, un chico bravucón –que detesta perder– que será derrotado en un emocionante partido de metegol, y le jurará venganza eterna. Una venganza que comenzará a hacerse efectiva unos años después cuando Grosso vuelva hecho una súper estrella del fútbol y quiera, además de adueñarse del pueblo, tomar la revancha de su única derrota y arrebatarle la chica de sus sueños a Amadeo. En estas instancias aparecen aquí y allá algunos guiños acertados de cosecha nacional, como la partida del intendente de la casa de gobierno en un helicóptero cuando Grosso compra la ciudad para convertirla en un parque temático deportivo.
A partir de aquí el derrotero del guión es el de una épica bastante previsible, donde surgen las instancias en la que los bandos se posicionan con claridad en aras del enfrentamiento final y sobre todo cuando los jugadores del metegol de Amadeo, con trazas emblemáticas que remiten al imaginario de varios mundialistas, cobren vida y le ayuden a combatir al despiadado villano. Aunque, por qué no decirlo, hay otro par de aciertos de cuño futbolero como los diálogos de esos mismos jugadores –que cuentan con los rasgos que suelen admirarse en algunos deportistas, comenzando por la nobleza– donde se muestran temerarios y sensibles, piolas y leales; o la derrota final por apenas un gol –se preveía una goleada inconmensurable– donde nadie aplaude al equipo ganador. Por lo que se conoce, fue la pluma de Eduardo Sacheri (guionista de El secreto… y autor del libro en el que se basó el film), la que pergeñó esos pasajes que revelan un conocimiento de los tópicos que ennoblecen el deporte nacional por excelencia. En este punto, el de los jugadores del metegol que manifiestan esas cualidades donde sentir popular y camaradería son los ejes de una pasión irrefrenable, es donde pueden encontrarse algunos precisos rasgos de identidad de la película; es allí donde suena el “pulso argentino” de un relato que en su respiración central emula las trilladas aventuras y fábulas con las que el cine de animación mainstream tiene acostumbrado al mundo. Aspecto que alcanza su corolario en el encuentro definitivo entre el equipo que defiende el pueblo y su dignidad herida, y el seleccionado de estrellas que comanda el insufrible Grosso, disputa en la que la balanza va inclinándose sospechosamente hacia un final anunciado. La coda con el padre concluyendo el relato de esta épica a su incrédulo hijo y la sorpresa de éste al descubrir que en el desvencijado cuarto de atrás de su casa, los jugadores del metegol de su progenitor están vivos como los del cuento, no suavizan un producto sumamente estandarizado que, claro, no desconcierta a los que nunca esperaron otra cosa de Campanella.