Loable esfuerzo el de tomarse el tiempo para crear un film de animación realmente profesional. Lo ha hecho el equipo liderado por Juan José Campanella y ha logrado que “Metegol” luzca como una producción animada de primera A. Lo técnico es irreprochable y el diseño, en muchos casos, resulta de un enorme atractivo. El film cuenta una especie de cuento de hadas declinado (casi) en masculino: el de un joven cuyo único fin en la vida ha sido jugar al metegol y que, por amor y por desesperación, debe salir del autismo y enfrentar el mal –magia mediante–, ayudado por los jugadorcitos de plomo de su cancha ficticia. Hay un villano demasiado recargado, hay secuencias con brío y hay –necesario– el match final entre un equipo de principiantes y futbolistas ultraprofesionales que definen la trama.
La mística futbolera, por suerte, se reduce solo a los diálogos de los jugadores, y el cuento moral gira en torno de la ambición desmedida. Lo mejor, en este último caso, es la idea de que no hay nada más aburrido que ganar siempre y que el verdadero atractivo de un deporte es que se trata de un juego. Ahora bien: el gran problema del film es que en gran parte es una serie de gags que no se relacionan entre sí. Hay invenciones felices –el avestruz-zapatilla, por ejemplo– que se esfuman de la imagen sin consecuencias. Y en muchas ocasiones falla el timing, disuelto por el diálogo o, más bien, el doblaje gracioso. Lo juguetón de varias secuencias resueltas a puro ritmo e imagen emparejan un film donde, cuando el movimiento cuenta la historia, funciona bien. Un digno empate.