EL DISCURSO HUMANISTA DEL MÉTODO
La palabra humanismo parece estar devaluada en el presente. Basta observar el clima político en el que vivimos y una realidad azotada desde todo punto de vista. El cine ofrece pocas respuestas frente a lo anterior, sobre todo esa rama que tradicionalmente se denomina comprometida y que, por supuesto, no es ni tiene que ser la única. Pero sí es llamativa la considerable cantidad de producciones nacionales centradas en la primera persona, en los motores intimistas exacerbados que, con diversos resultados, parecen formar parte de un mundo líquido (como suelen llamarlo) de vínculos apáticos, diálogos escuetos y otros procedimientos amparados en la rigurosidad formal. No obstante, de manera infrecuente, surgen buenos antídotos, películas que detrás de su costado más amable son capaces de remover ciertos cimientos establecidos. En este caso, en Método Livingston, la directora Sofía Mora demuestra que, más allá de un enorme personaje, se encuentra la posibilidad de reflotar un discurso menospreciado en tiempos donde la gente es tratada como un número. Ese profundo humanismo es la nota distintiva de esta película donde la pasión, la solidaridad y la inteligencia van de la mano. Dos o tres palabras de tipos como Livingston resuenan más que cien documentales abúlicos.
Así como debe ser difícil despegarse de la marca de los hermanos Dardenne cuando producen, no debe haber sido fácil para Mora apartarse del universo fílmico de su productor, Néstor Frenkel. Y de hecho uno puede reconocer las principales marcas en Método Livingston sin que ello afecte necesariamente el resultado de la película ni la labor notable de la directora, sobre todo para conjugar y condensar horas de filmación en torno a la entrañable figura de este exitoso, polemista e innovador arquitecto llamado Rodolfo Livingston. Porque si bien el carisma del personaje en cuestión y su obra ya justifican el visionado del documental, la atracción es posible gracias a un montaje que tiene en claro dónde cortar, qué rescatar, qué archivos incluir, entre otros procedimientos. Todo está, pero es la documentalista quien los organiza en un modo narrativo que alterna la esfera privada (escenas familiares, espacios cotidianos, amigos, reencuentros) con la pública (apariciones televisivas, cargos, clases). Y en estos ámbitos aparecen verdaderos hallazgos, entre ellos, una nota a Livingston en la embajada de Cuba cuando falleció Fidel Castro o un paseo discursivo a Bernardo Neustadt en su propio programa cloaca llamado Tiempo nuevo. La claridad de sus conceptos, su forma de transmitir conocimiento y fundamentalmente su pasión son atributos que Mora sabe enaltecer en pantalla y que, más allá de un homenaje (palabra que Rodolfo hubiera asociado con los crueles formatos de la vejez), es un acto de admiración transferido al espectador.