Método Livingston

Crítica de Horacio Bernades - Página 12

El Teorema de Pascual

Filmada con limpidez arquitectónica, el documental de Mora no es una biografía del irreverente Rodolfo Livingston sino un retrato en movimiento.

La escena tiene lugar en los duros 90, en un estudio de televisión, con varios invitados sentados a la mesa bajo el ojo vigilante de un hombre con rostro de batracio. Uno de los invitados empieza contando lo mal que la pasó el día anterior, cuando intentando resolver una emergencia entró a un bar y se encontró con un cartel que decía que el baño era sólo para clientes. Ve en ese episodio una cifra de una realidad mayor y llega a la conclusión de que el país en el que vive es uno “sólo para clientes”. El hombre-batracio comienza a revolverse inquieto, y trata de llevar el asunto hacia otro lado. No lo logra. El invitado continúa su discurso con una suerte de calma ardiente. Ahora sostiene que es un país en el que se ha impuesto el maltrato hacia el prójimo. Al batracio humano se lo ve cada vez más incómodo. “Este mismo programa es una fuente de maltrato”, sube la apuesta el arquitecto Livingston ante Bernardo Neustadt, que no sabe cómo acallar al subversivo.

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Rodolfo Livingston cumple 88 años dentro de veinte días. Tenía dos menos cuando se filmó esta película. A pesar de su edad, la coda de Método Livingston lo muestra haciendo free style en paracaídas, junto a su pareja actual. En ese momento su hijo menor tenía once años. Livingston es uno de esos personajes únicos, casi bigger tan life, que van donde los llevan sus deseos y convicciones. Y si tienen que remar contra la corriente lo hacen. Postula lo que llama el Teorema de Pascual, según el cual “lo que no quieren que haga, lo hago igual”. El de Sofía Mora es un documental “de personaje”, en ambos sentidos de la palabra. Porque retrata a un personaje en un momento dado de su vida, y porque ese personaje es lo que suele decirse “todo un personaje”.

Livingston es un nadador solitario de la arquitectura. La arquitectura que él postula es una en la que la arquitectura no es lo que más importa. Practica lo que llama “arquitectura de familia”, en contra de la arquitectura de edificios, que es la que impera desde por lo menos el siglo XX. El “método Livingston” se basa en la escucha. Escucha de lo que quiere el cliente, que él reformulará delicadamente, para llegar a la casa más vivible. Una que puede no tener living, a partir de la idea de que la gente no se junta allí sino en la cocina. O que puede tener una escalera ahí donde la ortodoxia la desaconseja. O que puede carecer de líneas rectas (pero este último caso es a pedido de un cliente, amigo y alma gemela). Si diseña el edificio donde se asentará un organismo público, como el Instituto de Astronomía y Física del Espacio (1981), lo hace de ladrillos. Y con paredes oblicuas, teniendo en cuenta la orientación, para que las ventanas reciban sombra a la hora en la que el sol está más alto. Livingston no implanta clones edilicios. Diseña construcciones únicas, singulares, a la medida de los deseos de quienes las habitan. Construcciones que son como él.

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Filmada con limpidez arquitectónica y con una preciosa partitura de Gonzalo Córdoba, Método Livingston no es una biografía cinematográfica de este ex director del Centro Cultural Recoleta (1989), lo que hubiera sido mucho más aburrido, sino un retrato en movimiento. Eso le da vividez. Está el Livingston-espectáculo, capaz de comportarse como stand-up comedian criollo y llevando consigo su tarjeta de presentación, una estampita que lo muestra como un santo. Y otra que se hizo durante la dictadura, para convertirse a sí mismo en inimputable. La tarjeta advierte que el portador es enfermo mental, y como tal no está en condiciones de obedecer ninguna regla. Está el Livingston casual, capaz de ponerse a conversar con el camarógrafo y descubrir que es el nieto de una mujer a la que amó. El Livingston ilustre, al que la Legislatura consagra Personalidad Destacada de la Ciudad (2017). El Livingston-arquitecto, recibiendo a familias en su estudio, a los 86. Y está el Livingston descendiente de anglosajones y criado entre varias institutrices, que afirma que su vida de adulto “coincide con la Revolución Cubana”, uno de sus amores de toda la vida.