Entre el cielo y el infierno
La directora de El juego de la silla, Una novia errante y Los Marziano aborda un tema tan universal y al mismo tiempo inasible, contradictorio y lleno de matices como el de la maternidad sin caer en subrayados, psicologismos ni resoluciones políticamente correctas o tranquilizadoras. Protagonizada por una exquisita Julieta Zylberberg, se trata de una tragicomedia incómoda y fascinante a la vez donde las pequeñas desventuras cotidianas se convierten en épicas aventuras de superación.
Liz (Julieta Zylberberg) es una madre primeriza. Su propia mamá ha muerto hace un año, y ella se encuentra ante esa nueva situación, desconocida, a solas, porque para colmo su marido Gustavo (Daniel Hendler) se ha ido en un largo viaje de trabajo al sur. La protagonista está desorientada, abrumada por un mundo nuevo que se le abre y en el que no sabe muy bien cómo actuar. Para colmo, no tiene leche para amamantar a su bebé Nicanor, con el cual vive -como toda madre reciente- una relación simbiótica amorosa y mutuamente dependiente. En el parque donde pasea con Nicanor conoce a Rosa (Ana Katz), quien también lleva a una beba, hija de su hermana Renata (Maricel Álvarez), aunque Rosa parece ser la verdadera madre de Clarisa.
Katz vuelve a desplegar su inteligencia para desarrollar un tema femenino, sin declamaciones de género. Como en Una novia errante, se interna en el universo de la mujer desde un lugar poco habitual, dada la hegemonía de la mirada masculina en todo el cine hasta fines del siglo XX. La maternidad como una aventura, la entrada a un mundo desconocido y lleno de sorpresas. El film está presentado desde el punto de vista de Liz, sin subrayados, sin psicologismos. Todo son indicios, sutilezas del proceso de apertura que está viviendo. Apertura a su bebé y asomarse a otras formas alternativas de constituirse como madre. Rosa y Renata, con toda su inestabilidad, su conducta algo dudosa, no dejan de mostrarle que no existe una sola forma de ser madre.
Mi amiga del parque se estrena en el mismo mes que El clan, celebrado y promocionado estreno nacional. Estéticamente, el film de Katz se ubica en la vereda opuesta del de Trapero. Si El clan se limita a ilustrar una historia muy sonada, por todos conocida, sin permitirse el menor gesto de vuelo imaginativo, Mi amiga del parque también se basa en un hecho conocido por todas las madres, pero a partir de allí se permite todas las libertades para imaginar actitudes alternativas, libres, opciones fuera de la convención o de lo que se espera de la nueva madre, de la maternidad compartida, de la solidaridad entre las madres. Mientras El clan se acerca a la superproducción, con una recreación de época estupendamente lograda, Mi amiga del parque sólo cuenta -ni más ni menos- con un buen guión y actrices extraordinarias, que poseen una enorme convicción por su trabajo, y dejan lo mejor de sí ante la cámara.
Zylberberg está genial como la contradictoria Rosa, confundida en su nuevo rol, que atraviesa momentos delirantes -cuando está pendiente de su bebé mientras ella llora bajo la ducha, o cuando revisa la cartera de su nueva amiga-; Katz y Álvarez componen a las “hermanas R”, ese dúo de hermanas freak, siempre con la frase ambigua, el detalle sorprendente, la propuesta inusitada. Entre las tres se logra un clima suspensivo, intrigante, que nos deja alertas porque puede sobrevenir cualquier sorpresa desde lo cotidiano y, sobre todo, cuando aparece una pistola en escena.
El film siempre realiza una pirueta para no colocarse en el lugar esperado, siempre corre el foco de donde se supone que debería estar. Katz ha declarado que la película avanza hasta el borde del juicio, evitando caer en él. Para ello está allí el juicio de los otros: la opinión de las madres del parque (“Rosa es un personaje que te la voglio dire…”) o la mirada censuradora de la empleada de Liz, interpretada por la contundente Mirella Pascual, célebre por su rol en Whisky.
Si bien el hombre está ausente, o muy lejano, en la figura del marido, hay un padre presente en el grupo que pasea por ese parque. Y el otro varón relevante es Bill Nieto, el fotógrafo, que supo mostrar ese parque como el espacio abierto y de libertad (en Montevideo, claro, aquí están casi todos enrejados) donde las madres buscan su camino.