Una de las mejores pelícuas argentinas del año resultó ser una comedia. Una noticia para celebrar
El título habla de dos personajes. El “mi” le pertenece a Liz, el personaje interpretado por la mejor actriz argentina del momento, Julieta Zylberberg. La “amiga” es Rosa, y es la talentosa directora y guionista Ana Katz que le da vida frente a la cámara. El parque es la intersección, el espacio de lo público, en el que se cruzan los desconocidos. Liz es una madre primeriza de clase media; trabaja en una editorial. Rosa es empleada en una fábrica. No es madre, pero le gusta hacer de madre con su hermana y con la hija de esta. Primera afirmación: la diferencia de clase no suele ser materia humorística porque la imprecisión en el punto de vista puede ser fulminante. Pero Katz es temeraria y elige el riesgo. ¿Una comedia sobre la (des)confianza?
Más evidente y acaso original, es elegir la experiencia de la maternidad como fuente de comicidad. La primera provocación es poner en duda el instinto materno. La madre es aquí una función que se aprende, una figura que podrá parecer arquetípica, pero implica para una mujer un ajuste general de su forma de estar en el mundo. Cada instante de un bebé reclama la atención de su madre. La escena inicial en la ducha es la síntesis de un estado de conciencia, y es también una revelación: lo cómico pasará siempre por los desajustes de Liz respecto de su nueva vida. En ella, la mujer va por un lado, la madre por otro. En esa fragmentación y desavenencia se articula tanto el gag como el costado dramático del film. La elegancia del plano final sugiere la resolución de esa distancia inicial. ¿Una comedia sobre la vulnerabilidad?
El relato se circunscribe a la cotidianidad, y he aquí otro logro de Katz: en los paseos, en una comida, en una reunión de trabajo, fuera del prestigio nulo que tienen esos momentos mecánicos anida una dimensión que puede provocar risa y llanto. La existencia ordinaria es menos sólida de lo que parece. Hay que saber mirar el detalle y también filmarlo. De tal modo que el argumento pasa por las reacciones que le suscita a Liz su interacción con el mundo: la indiferencia de encontrarse por Skype con su marido, que está filmando en el sur, la sospecha que le ocasiona la señora que la ayuda con su hijo en su casa, la incomodidad que siente frente a los discursos sobre la maternidad de las otras mujeres de la plaza y la curiosidad que le despierta la vida de Rosa y su hermana. El gran acontecimiento será un viaje a un destino insignificante. Algo sucederá. Imperceptiblemente.
Hay una rara vivacidad en este film. Los diálogos tienen una precisión manifiesta. El tiempo de las escenas y la relación entre ellas es pura música, y esa es la razón principal de que se prescinda de canciones y orquestas sonoras. El ritmo está en el plano y entre los planos. Además, no se renuncia a la belleza: la estación otoño-invierno se vislumbra delicadamente. Uno de los planos más hermosos es aquel plano general en el que “las hermanas R” y Liz corren por el bosque, abandonándose un poco a un espíritu juvenil que ya no les pertenece.
En este film sobrio, jamás melindroso, la risa y la emoción nacen de constatar la nimiedad ineficaz de los pareceres y los ajustes de conciencia que requiere aceptar nuestra condición de inexperiencia ante todas las cosas. Nadie nace madre, nadie elige su pertenencia de clase, pero todos podemos aprender.