La remake del clásico de Disney de 1977 regresa con ternura y muestra el choque de dos mundos con logradas escenas. En esta versión el niño perdido en el bosque es adoptado por un dragón con comportamientos caninos.
Otra vez la magia dice presente en Mi amigo el dragón, un relato donde el concepto de aventura cobra vida a la manera de las películas clásicas, colocando a un niño frente a una criatura gigantesca y mitológica.
El film es una remake del clásico de Disney de 1977, donde asomaba un dragón verde que interactuaba con los actores. Con lo últimos adelantos de la tecnología digital -que acá aparecen al servicio de la narración y no al revés-, la versión 2016 juega acertadamente con el choque de dos mundos.
Pete -Oakes Fegley- queda solo y perdido en el bosque luego de un accidente automovilístico que sufre junto a sus padres y, en su peligrosa travesía, se topará con un dragón que lo cuidará de los peligros y amenazas del lugar. Durante seis años, Pete crece de manera salvaje y se acurruca en la panza de su amigo para poder conciliar el sueño, un monstruo mitológico nada amenazante y querible que muestra comportamientos caninos.
Con su tono ecológico, secuencias vertiginosas de vuelos y sin olvidarse del público al que apunta, la película de David Lowery da en el blanco por los climas que plasma y por la trama desfilan la guardabosques Grace -Bryce Dallas Howard, la misma de Mundo Jurásico- y su padre Meacham -el legendario Robert Redfrod-, como el único hombre que ha visto a la criatura años atrás y al que nadie le cree.
El mundo adulto versus la imaginación infantil, la recuperación de las leyendas en un mundo moderno que avanza sin tregua contra la naturaleza y la fragilidad de un niño para enfrentar el presente, son algunos de los temas que aborda esta realización que muestra el promisorio debut del director detrás de cámaras. Muy recomendable para el público familiar que siguió de cerca El libro de la selva y El buen amigo gigante.